viernes, septiembre 26, 2014



Extracto de Vodka naka, de Georgina Hidalgo Vivas, publicado por Producciones el Salario del Miedo

Un cuento ruso

Contar el cuento. Ese siempre ha sido el requisito. A mi generación le inocularon el virus de la narrativa. En los salones de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales se soñaba con escribir como Truman Capote, Cristina Pacheco, Gabriel García Márquez o Vicente Leñero, pero al final había que conformarse sólo con diseccionar su estilo.
Se soñaba, porque la realidad era que los periódicos estaban llenos de notas, opiniones e investigaciones redactadas en los términos más telegráficos y aburridos. No había tiempo ni espacio para un periodismo diferente. Ni cabezas que lo buscaran.
En los noventa, cuando el periódico Reforma reclutó a toda una nueva generación de "comunicadores", el requisito era ese: contar el cuento de una manera distinta. Y si bien ya se adivinaba que la "tendencia" era gabacha, sería hasta la primera mitad del 2000 que surgiría una propuesta "montesori" en la capital: El Independiente fue el periódico que haría realidad un estilo más soft de escribir las noticias y en el 2004, tras su artera caída, legaría al Excélsior su misión renovadora y la mayoría de su staff. ¿Se ha conseguido?
Tras casi dos décadas de ir y venir de una redacción a otra, de saltar de género en género, de dar forma a periódicos y revistas, de la nota deportiva a la sangrienta de sucesos, de la "polaka" a la nota cultural y de ahí al privilegiado periodismo de viajes, llegué a Rusia a principios de febrero del 2010 y me quedé ahí hasta octubre del 2012.
Fui contratada para dar forma a una televisora "internacional" en español en Moscú. Y atestigüé de cerca la crisis de los medios masivos de comunicación. Hoy, aunque Internet emancipó al escritor que muchos llevan adentro y le dio autoridad, poder, independencia y hasta lectores, estas empresas parecen reacios a darse cuenta. 
Tenía además algunas viejas cuentas que saldar con este enorme y enigmático país desde que la Perestroika sepultó mis aspiraciones comunistas. En solo un día aterricé al otro extremo del mundo y descendí hasta el fondo del termómetro, pero estaba feliz. Por fin vería con mis propios ojos en qué acabó la utopía de abolir la propiedad y dar igualdad a todos.
En Moscú, los pedazos de sueño aún se recogen por las calles. Hay, si se presta atención al bomzh (vagabundo) de la esquina, hasta la posibilidad de retroceder el tiempo con solo cruzar el callejón indicado. 
Con un ruso oxidado pero funcional me abrí paso en la nueva sociedad rusa. Seguí los pasos de Nicolás Gógol y Dostoievski, busqué los despojos grotescos de Rasputín y me hice fan de Catalina I, alias "la Gordis", la matrioshka más singular que ha visto la historia rusa.
Nieve, frío, vodka, calles anchísimas, rascacielos góticos, genios constructores de sputniks, deportistas de la más alta calidad. Casi tres años viví en esta ciudad y a pesar del choque cultural y climático terminé rendida ante su belleza y esplendor arquitectónico, intrigada por sus leyendas urbanas, deslumbrada por sus palacios subterráneos, enamorada de su gente y enganchada a sus excesos.
Veinte años después del socialismo atestigüé el encumbramiento de la primera generación de nuevos rusos y de una incipiente clase media que convive nostálgica y atormentada con las exigencias de la globalización y los símbolos del pasado.
Rusia se posiciona nuevamente como el eje geopolítico de las potencias emergentes y con ayuda de la Iglesia ortodoxa y los medios de comunicación sus gobernantes (viejos lobos de mar que han sabido rodearse de tecnócratas jóvenes) moldean la cara "amable" del país, la que quiere entrar en la Organización Mundial de Comercio y morderle una rebanada al pastel de los mercados mundiales de armas, gas, petróleo, maderas y tecnología.
Están listos. Nada los detendrá. Entonces, ¿cómo no contar el cuento?
Estos relatos muestran un país desde los ojos de una inmigrante mexicana que de tanto soñar con la utopía comunista despertó en la pesadilla de un capitalismo salvaje. Una mujer que pasó por estadios anímicos tan extremos como la temperatura, pero que sobrevivió y se abrió lugar entre los rusos de pocas palabras y corazones grandes.
Esta es la historia de una reportera cuenta cuentos que observó con interés y encontró un espejo, porque hay que aceptarlo México y Rusia después de todo no son tan diferentes. Este país y su gente tienen una extraordinaria capacidad para reponerse de todo, ante todo, sobre todos. Sus transas y malos modales políticos; la represión y el apartidismo generalizado de su juventud; el conservadurismo y racismo de su sociedad, son a veces como México, otras peor que México, pero al final, tan solo un espejo para mirarnos, reconocernos y reírnos de nosotros mismos.


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