Duro coloquio en París: La violencia mexicana
La participación de escritores mexicanos dentro del Festival América efectuado en esa ciudad, sacudió al público y desconcertó a los moderadores. Sobre el tema de la violencia en México hablaron descarnada, pero lúcidamente, entre otros, Enrique Serna, J. M. Servín, Guillermo Arriaga, Guillermo Fadanelli y Sergio González Rodríguez. En su realismo-escéptico, cuestionaron la fuerza del gobierno y remarcaron la del poder alterno del narcotráfico, al tiempo que desacreditaron la visión satanizadora del “primer mundo” sobre el país.
PARÍS, FRANCIA.- ¿Cómo hablar de la violencia que desgarra hoy a México con un público galo culto pero mal informado? ¿Cómo desmentir, al mismo tiempo, los clichés europeos sobre una supuesta nouvelle barbarie mexicaine, así como el discurso calderonista sobre la guerra exitosa contra el narcotráfico y la normalización progresiva de la situación del país?
Tal fue el reto que tuvieron que enfrentar seis escritores mexicanos: Guillermo Arriaga, Guadalupe Nettel, Guillermo Fadanelli, Sergio González Rodríguez, J. M. Servín y Enrique Serna, invitados al Festival América que se llevó a cabo del 23 al 26 de septiembre en Vincennes, elegantísimo suburbio oriental de París.
Creado en 2005, el evento se está convirtiendo en importante cita cultural del otoño parisino. A su quinta edición, acudieron escritores oriundos de Canadá, Cuba, Estados Unidos, Haití y México.
Fueron sin duda los mexicanos los que sacudieron más a los visitantes y, sobre todo, a los coordinadores de las mesas redondas en las que participaron.
Iconoclastas, incontrolables, abruptos y ásperos, reubicaron el tema de la violencia en su contexto nacional y global. Lo hicieron con una mezcla de humor negrísimo, provocaciones perfectamente calculadas y profunda autenticidad. También se expresaron con suma profundidad sobre la misteriosa alquimia de la escritura literaria y su responsabilidad como escritores.
Intervinieron en 13 mesas redondas. En unas, debatieron sólo entre mexicanos; en otras, confrontaron sus puntos de vista con autores de los demás países invitados.
Todos denunciaron la estigmatización exclusiva hacia México en el auge del narcotráfico, y la hipocresía de los países del “primer mundo” cuando satanizan a los del sur por su “violencia endémica”.
En una de esas pláticas el guionista de Los tres entierros de Melquiades Estrada enfatizó:
“En los ochenta, Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Milton Friedman y los Chicago Boys nos impusieron un nuevo modelo económico basado en la competitividad y la competencia. Nació una verdadera jungla económica que excluyó y sigue excluyendo a millones de campesinos en todo el planeta. Esa es una forma muy cruda de violencia.”
Silencio en la sala.
“De repente, amigos míos, compadres míos, campesinos analfabetos como Melquiades Estrada tuvieron que emigrar para buscar trabajo. Millones de seres humanos en el mundo se quedaron sin oportunidad de sobrevivencia. Es preciso tener presente en la mente el enorme rencor que semejante marginalización generó, antes de empezar a hablar de la violencia en México y en el ‘tercer mundo’.”
Silencio más denso aún. “Es en ese contexto que los narcotraficantes reclutan a jóvenes desamparados. Les llegan con una narrativa de éxito, adrenalina y mucho dinero. Lógicamente los seducen. Con eso no digo que la mayoría de los jóvenes de mi país esté metido en el narcotráfico. Sólo quiero darles a ustedes elementos de reflexión para tratar de entender de dónde viene la violencia”.
Se endurece la voz de Arriaga:
“Estados Unidos es muy hábil para expulsar sus guerras a otros países. El problema de las drogas y de la violencia que genera el narcotráfico no es el problema de México ni de Colombia. Es de Estados Unidos. Washington no legaliza las drogas ni tampoco toma decisiones para luchar contra las drogas en el propio territorio estadunidense.
“A Estados Unidos sólo parece interesarle un dato: el kilo de cocaína aumenta seis veces su precio entre Texas y Nueva York. ¿Quién se queda con la ganancia? ¿Los mexicanos? Por supuesto que no.”
Rumores desconcertados en la asistencia.
“Insisto: Estados Unidos y las demás naciones del ‘primer mundo’ son muy hábiles para garantizar una cierta tranquilidad a sus ciudadanos y expulsar la violencia hacia nuestros países. Pero no se deben cegar. La violencia genera violencia y la que provocaron los alcanzará. No pueden seguir imponiendo impunemente su modelo económico sin asumir las consecuencias que conlleva: migración, desesperación, tráficos de todo tipo. No se puede hablar de la violencia que trastorna a México como si fuera algo exótico. No es exótica. Tiene origen preciso.”
En una charla que sostuvo a solas con sus lectores y espectadores, Arriaga fue interpelado otra vez sobre la terrible violence mexicaine. Logró controlar su exasperación y decidió contraatacar con sarcasmo:
“En realidad la verdadera violencia que ejercen los mexicanos contra los demás hombres del mundo es que son los mejores amantes del planeta. Somos sumamente creativos en la cama. Nos toca serlo. Es una cuestión de sobrevivencia. La situación económica es tan despiadada que hay que arreglárselas para comer. Todos echamos manos a la obra, hombres, mujeres, niños.”
Estupefacción de la presentadora y de los admiradores franceses del escritor. Risas de los mexicanos presentes en la sala.
Más serio, agregó:
“Tal como lo dije en otras mesas redondas, el nudo del problema de las drogas que genera tanta violencia en México se encuentra en Estados Unidos. Ustedes no pueden imaginarse cuántos productores de Hollywood me proponen hacer películas sobre el narcotráfico en México. A todos les contesto lo mismo: ¿Por qué no hacemos una película sobre el narcotráfico en Estados Unidos? Callan y se van.”
Luego contó una anécdota:
“Para filmar Burning plain (Fuego) me instalé con todo mi equipo en un rancho, cerca de la frontera entre Estados Unidos y México. No llevábamos siquiera dos horas ahí cuando llegaron dos border patrols estadunidenses para preguntarnos qué hacíamos en ese lugar. Nos impresionó comprobar que la frontera estaba estrictamente vigilada. ¿Entonces cómo se explica que toneladas de cocaína transiten sin problema de México a Estados Unidos? Peor aún, ¿saben ustedes con qué armas los mexicanos se matan los unos a los otros?”
Arriaga mira a la audiencia. La presentadora se nota tensa y el público sumamente atento.
“Pues con armas estadunidenses. El tráfico se da en ambos sentidos. De México hacia Estados Unidos: drogas por millones de dólares. De Estados Unidos a México: armas por millones de dólares. ¿Por qué sólo se habla de las drogas?”
Estupefacción general.
Confiesa Arriaga, para relajar un poco el ambiente:
“Ser considerado como uno de los países más violentos del mundo es sumamente doloroso para una nación de grandes amantes como México.”
Risas nerviosas.
u u u
Arriaga no fue el único invitado en perturbar al distinguido público que acudió a Vincennes. La mesa redonda sobre la Ciudad de México en la que participaron Guillermo Fadanelli, Enrique Serna y J. M.Servin quedará seguramente en los anales del Festival América.
El primero en disparar fue Serna:
“Para describir mi relación con la Ciudad de México voy a citar a Borges: No nos une el amor sino el espanto y es por eso que te quiero tanto. La Ciudad de Mexico es monstruosa, horrible, repelente. Lo hace sentir a uno como expulsado del presente. En nuestro país es casi una tradición literaria hablar mal del DF. Efraín Huerta, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, entre otros, escribieron sobre su monstruosidad. Pero es mi ciudad. Nací en el DF, vivo en el DF, trabajo en el DF y es en el DF donde he tejido todos los lazos que me importan...”
Entra al juego Guillermo Fadanelli:
“Una ciudad tendría que ser un lugar vivible. No es el caso del DF, que creció en forma totalmente absurda hasta convertirse en una especie de metástasis. El DF es la negación absoluta de toda medida humana. En el DF todo se manifiesta y se expresa en forma de intranquilidad y locura. En realidad el DF es una cabronada de Dios.
“Pero como lo dijo Enrique Serna, una ciudad es también una construcción personal. Los amigos, algunos barrios, la comida, el alcohol, las drogas, logran convertirla en un lugar habitable.”
Brinco de la coordinadora que rápidamente pregunta a Servín: “¿Está usted de acuerdo con esa visión de Guillermo Fadanelli y Enrique Serna, tan pesimista?”
Contesta Servín:
“Por supuesto. La Ciudad de México está hecha a la medida del infierno de cada uno de sus habitantes. Es una ciudad tan caótica, tan incoherente en su dinámica social, que cada vez más se parece a lo que quedaría de una ciudad normal después del Apocalipsis.”
Nuevo sobresalto de la coordinadora. Murmullos en la audiencia.
Sigue Servín:
“El DF es un experimento apocalíptico. No cabe la menor duda. Es lo que queda de la humanidad después del derrumbe de la humanidad. La Ciudad de México siempre parece a punto de caerse y sin embargo nunca se derrumba. Pero a pesar de todo lo que nos quejamos de ella, nos sigue ofreciendo muchas comodidades: antros nocturnos tétricos y únicos, acceso fácil a las drogas, las armas, el alcohol.”
Sonrisas de Serna y Fadanelli.
Concluye Servín:
“Esa es nuestra verdad, pero conozco a europeos y estadunidenses que viven encantados en el DF. A lo mejor no sabemos valorar la maravilla de ciudad en la que vivimos. Noto que en ciertos círculos europeos va creciendo una cierta fascinación por ‘el mundo bárbaro del narco mexicano’. Tienen razón… En el DF la cocaína es muy barata.”
Interviene Serna:
“Es barata porque no es exactamente cocaína.”
Replica Servín:
“Tienes razón. Quién sabe lo que es, pero de que funciona, funciona…”
Carcajadas de los tres escritores y de parte del público. Sumamente incómoda la coordinadora intenta retomar el control de la situación.
“Aparte de la cocaína barata, ¿tienen otros motivos para quedarse a vivir en la Ciudad de Mexico?”, pregunta.
“Quién sabe”, dice Servín.
“La cocaína barata es importante”, insiste Fadanelli.
“Nos fascina vivir peligrosamente”, arriesga Serna.
Largo suspiro de la coordinadora. Heroica, lanza:
“Ya entendí que se juntan en los antros nocturnos. Pero quisiera saber si hay algunos otros lugares, cafés o restoranes, en los que se encuentran y conviven los escritores que radican en el DF.”
Responde Serna, esta vez bastante serio:
“Creo que la mayoría de los escritores mexicanos de nuestra generación somos muy individualistas. Es uno de los rasgos que tenemos en común. Hay otro que quisiera subrayar: a diferencia de la generación anterior (de Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco) que son o fueron escritores comprometidos en el sentido sartreano de la palabra, no aspiramos a ser figuras o autoridades morales. No queremos ser líderes de opinión. Nuestras obras enfocan indirectamente la política.”
Enfatiza Fadanelli:
“Desconfío de las capillas literarias. Me importa mucho estar en Vincennes con Enrique Serna, J. M. Servín y Sergio González Rodríguez; son escritores que se han hecho por sí mismos. No ganaron premios. No tienen ‘contactos’. No hacen vida social. Sólo trabajan en forma constante y a contracorriente. Nuestra generación es un conjunto de huérfanos, hombres ensimismados, hundidos en el desasosiego, pero profundamenteconfiados por el caos social del país.”
Servín recalca:
“No me interesa lo mas mínimo hacer vida social con otros escritores mexicanos. En realidad muy pocos me inspiran respeto. No me veo muy a menudo con los que me gustan como Enrique, Sergio y Guillermo porque sé que necesitan paz para escribir. No quiero atosigarlos con mi propio ego.”
Pregunta la coordinadora: ¿En sus novelas prevalecen inseguridad y violencia? ¿Es igual en su vida cotidiana? ¿Se sienten amenazados, en peligro?”
Toma la palabra Serna:
“Al igual que todos los habitantes del DF, siento inseguridad. Fui asaltado y golpeado varias veces. Sin embargo, la Ciudad de México es relativamente tranquila comparada con ciertos estados del país, sobre todo los del norte de la República, donde el hampa ya es parte del poder.”
Nuevo sobresalto de la coordinadora.
Explica el autor de La sangre erguida:
“Hoy día México se encuentra en una situación tan atroz que la gente comienza a pensar que nos iría mejor si el hampa estuviera de lleno en el poder. Vivimos una experiencia única en el mundo porque tenemos a un ‘gobierno’ informal que no quiere gobernar y sólo desea seguir ejerciendo su poder tiránico, mientras que el gobierno oficial finge y simula que todavía tiene poder y controla al país, cuando ni siquiera logra controlar a la policía y al Ejército.
“La violencia que se desata en nuestro país es una especie de revuelta nihilista, quizás sea el inicio de una nueva revolución. Pero se tratará de una revolución sin causa, de un inmenso brote de rencor general.”
Añade Fadanelli:
“Quisiera recalcar dos puntos. Primer punto: el consumo de drogas no va a terminar, por lo tanto habrá que legalizar a los narcóticos. Así los traficantes tendrán que convertirse en empresarios y pagar impuestos. Segundo punto: en México no existe estructura institucional ni fuerza política capaz de oponerse a ese Estado alternativo que han creado los delincuentes y los criminales.
“Un gobierno tiene la obligación de brindar seguridad a los ciudadanos. Si no lo puede hacer se pone en duda la idea misma de país. Un niño quiere saber cuáles son los buenos y cuáles son los malos. Los ciudadanos también. Pero eso es imposible actualmente en México puesto que la policía, el Ejército y el mismo gobierno están ligados con el narcotráfico. ¿Hacia dónde van un Estado y un país en semejantes condiciones? ¿Qué cambios se puede esperar en tales condiciones?”
Servín expresa la misma angustia:
“La situación del país está totalmente fuera de control. México está decapitado, al igual que los cadáveres que aparecen a diario en toda la Republica. La despenalización de las drogas acabará por hacerse por inercia, porque no va a quedar de otra. El caos económico es tal que para mucha gente la única opción es trabajar con los narcos. Mientras Wallmart no pague más que los narcotraficantes, pues no hay esperanza.”
El público se queda callado.
“Creo que es hora de acabar nuestra discusión”, comenta prudentemente la coordinadora.
Un estudiante mexicano expresa su temor ante la legalización de las drogas: “¿Qué van a hacer los miles de traficantes que quedarán desempleados?”, indaga.
Servin:
“La legalización no es la panacea. Es parte de la solución. Y de todos modos se tendrá que llevar a cabo de manera coordinada con Colombia y Estados Unidos.”
Serna:
“Tu temor es justificado. Paralelamente a la legalización se tendrán que emprender reformas económicas drásticas. ¿Se harán? Quién sabe. Pero si no se hacen, todo esto va a reventar.”
u u u
¿Cuál es su papel como escritor en el México de hoy? ¿Cuál es el papel de la violencia en su obra?, preguntaron todos los coordinadores de mesas redondas a los seis escritores mexicanos.
Sergio González Rodríguez y Guillermo Arriaga dedicaron bastante tiempo a estas interrogantes. Después de echar por la borda los lugares comunes europeos sobre la violencia mexicana, ambos reflexionaron sobre la violencia en sí.
El autor de Huesos en el desierto y El hombre sin cabeza, destacó:
“A mi juicio la verdadera literatura siempre agarra temas límites. No estamos hablando de nota roja ni de sensacionalismo. Estamos hablando de la experiencia del límite: un encuentro entre amantes, roces con la locura, lucha contra el destino. Cuando hablamos de la violencia, hablamos de la violencia en el sentido más amplio de la palabra que nada tiene que ver con el impacto noticioso.
“Hablamos de la vida y la sobrevivencia. Hablamos de esa violencia que es consustancial al género humano. Insisto: creo que la mejor literatura está hecha de esta materia. Si por ahora vivimos tiempos terribles en México, es un accidente de la historia. Pero aun si no existiera ese grado de violencia, sentiría de todos modos el compromiso de contar el drama profundo de la vida y la sobrevivencia en México.
“Para mí una de las tareas básicas de la literatura consiste no sólo en denunciar lo atroz sino en llevar a los lectores a cuestionar sus prejuicios. La literatura debe ser un riesgo, un desafío incluso frente a fenómenos como la violencia cotidiana. Todos los días nos levantamos con la idea de entender lo que somos. Creo que la literatura se ocupa de esa materia.”
Confía Guillermo Arriaga:
“Para mí fue muy importante pasar gran parte de mi juventud en la calle. Lejos de lamentar la violencia de la que fui sujeto y de la que fui partícipe, agradezco todo lo que me dio la calle. Me dejó heridas, pero son esas heridas las que me permiten escribir. A mi juicio la mejor literatura es la que viene de la calle. Aprecio a los escritores cultos, de formación enciclopédica, pero los que me tocan son aquellos que tienen la intensidad y las contradicciones de la vida real. Creo que son muy importantes las cicatrices en la vida de un escritor. Cuando hablo de la calle no me refiero solamente al espacio urbano, sino a diferentes experiencias de vida: la guerra, la cárcel, la dura existencia en el campo o en el mar.”
Concluye Sergio González Rodríguez:
“Los personajes están inmersos en una tierra concreta. Las historias se cuentan a través de su entorno. Es imposible hablar de seres humanos sin poner el conjunto de las fuerzas que los rodean. Cuando escribo sobre la frontera o una ciudad o un territorio devastados por el narcotráfico, trato de reflejar el impacto de todo esto en personas concretas.
“Cuando hablo del hombre sin cabeza, me refiero tanto al hecho trivial de decapitar a las víctimas como a la pérdida de la razón, a la degradación y la corrupción institucionales que afectan a México.
“Mi libro, sin embargo, no es un documento de denuncia. Es un trabajo de memoria y de reinvención de la propia realidad. La literatura se nutre de la calle simplemente porque la imaginación se origina en el caos. Vivimos una época caótica y es una gran oportunidad para la literatura. Sin comprensión, sin reflexión, no podemos suponer un futuro, sin lanzar un desafío a la violencia nunca podremos mejorar nuestra realidad. Es nuestra tarea como escritores.” l
1 comentario:
Muy bien, muy interesante
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