miércoles, junio 15, 2005

James Ellroy y la historia como escándalo

Nació en 1948 en Los Angeles, California. El “Perro del Demonio” de la literatura norteamericana tiene una bien ganada fama de provocador en presentaciones masivas en librerías y auditorios de su país y Europa: “Sean bienvenidos, mirones, pederastas, merodeadores, huelepantis, vagos, viciosos y padrotes.” Se dirige a sí mismo, al mundo que conoció en carne propia antes de convertirse en un novelista capaz de estremecer a sus lectores con sobredosis de catastrofismo, escarnio y brutalidad.
Sabe en qué momento volverse amedrentador, pese a que es un republicano quisquilloso y aburguesado que lleva treinta años bajo una luterana disciplina de trabajo y sobriedad. Su voluminosa bibliografía de 19 tomos, casi todos publicados en español por Ediciones B incluye novelas, relatos y periodismo que lo han hecho merecedor de premios, reconocimientos y abundantes entrevistas y ensayos que lo comparan con Chandler, Hammet, Céline, y DeLillo. No hay nadie que escriba como yo. Cierto, sin embargo, cargará para siempre con su estigma de proscrito.
Su vida es abundante en picaresca y necrofilia que modelaron su tardío ingreso a la literatura.
A los 27 años, luego de una crisis alucinatoria que casi lo mata, ingresa a Alcohólicos Anónimos y con el auxilio de la Gestalt y un trabajo como cadi en un campo de golf urde su primera novela publicada cuando Ellroy tenía 33: Réquiem por Brown. A ella siguieron las inconsistentes Clandestino, Sangre en la luna, A causa de la noche, La colina de los suicidios, y El asesino de la carretera. Con un estilo que apenas sobresalía del común de los escritores policiacos comienza a depurar su obsesión con los asesinatos de mujeres en ambientes torcidos, corruptos y misóginos.
Para saber más de él está su autobiografía Mis rincones oscuros. Cuando Ellroy tenía diez años, su madre Geneva Hilliker Ellroy fue asesinada en la orilla de una callejuela de Los Angeles. Era una enfermera alcohólica y promiscua. Alguien la estranguló con su propia media y le infligió desolladuras por todo el cuerpo. Nunca se descubrió al homicida y el aprensivo y fantasioso James se refugió en la lectura de novelas policiacas. El libro de crónicas de Jack Web The Badge (“La placa”) lo marcó para siempre pues contenía la historia de Elizabeth Short “La Dalia Negra”, asesinada en Los Angeles en 1947 en circunstancias parecidas a las de Geneva Hilliker. La lectura me llevó a lo más hondo y oscuro de mí. A partir de esta revelación Ellroy caminó una larga senda como delincuente que pregonaba el nazismo. Mi fervor reaccionario era afinidad vuelta al revés. Entra en contacto con su experiencia vital. Periodismo y testimonio se funden como ejemplos de la relación cambiante entre las funciones del escritor en una sociedad espectacular, tal y como la entendiera Guy Debord. Deja el campo abierto a las formas documentales, la confesión personal y la exploración de los problemas públicos. Me gustaba inspirarme en gángsteres y en criminales nazis ocultos. Mis foros eran aulas y patios de escuela. Lanzaba mis discursos a chicos estúpidos y maestros exasperados. Aprendí una vieja verdad del vodevil: el público sólo te prestará atención mientras lo hagas reír. En la exhibición casi pornográfica de su vida, Ellroy asume de lleno el papel de escritor que adora los reflectores.
La Dalia Negra es su primer gran novela, anterior a Mis Rincones Oscuros. Influido por los archivos del caso, utiliza una prosa más parca para recrear el famoso crimen. Sus retratos de policías son menos apologéticos. El tema le sirve para confrontar al fantasma de su madre sin la cursilería ni clichés que contaminaran sus obras anteriores. La Dalia Negra forma parte del portentoso “Cuarteto de Los Angeles” seguido de El Gran Desierto, L. A. Confidential (En ésta novela y a petición de su editor quien se alarmó de la extensión desmesurada, comienza a podar sus obras de adjetivos y conjunciones, lo cual le permite realizar un inusitado ejercicio telegráfico de estilo que alcanzaría su plenitud en Jazz Blanco).
América lo convierte en un novelista a secas. Incisiva, atroz, vertiginosa y llena de humor negro ausente en sus novelas anteriores. La interacción entre relato y suceso dan la sensación de estar con un espía que permite oír por sus micrófonos ocultos las intimidades de personajes públicos. Ellroy va a contracorriente de Norman Mailer, quien en relación a Los ejércitos de la noche dijo “es historia bajo el disfraz o vestimenta o manifiesto de novela. Una vez que la historia habita un manicomio, el egotismo debe ser la última herramienta dejada a la Historia.” Mailer parece dirigirse al futuro novelista que en aquel entonces (1968) pasaba la mayor parte de su tiempo drogado, robando pantaletas de sus compañeras de escuela o recluido en las prisiones locales.
América, publicada en 1995, recibió una profunda influencia de Libra de Don DeLillo. Configuro la arquitectura conspiracionista y panóptica de la obra posterior de Ellroy. Libra es la historia de Lee Harvey Oswald. Un brillante trabajo de introspección e investigación que DeLillo redondea al final con una nota de autor donde propone un plano para escribir novelas históricas que Ellroy sigue al pie de la letra: “En un caso en el que los rumores, los hechos, las sospechas, los subterfugios oficiales, los contradictorios conjuntos de pruebas y una docena de teorías laberínticas se funden, a veces de forma indiscernible, algunos pueden pensar que una obra de ficción sólo es el punto oscuro más en la crónica de lo desconocido… es un modo de pensar en el asesinato sin las limitaciones de las verdades a medias y sin dejarse abrumar por las posibilidades ni por la marea de especulaciones que con el paso de los años se acrecienta.”
A partir de América afina una cacofonía estilística que parece redactada por el forense a cargo del archivo criminal del país. Los Angeles y el bajo mundo de Estados Unidos de las décadas de los cincuenta y sesenta son recreados tomando como bases la investigación documental y la interpretación de los hechos fundamentada en teorías conspiracionistas.

Desde finales de la Segunda Guerra la novela norteamericana ha sido nihilista, existencial, apocalíptica y filosófica. En la forma, vagamente picaresca, decadente en su escenografía y siempre introspectiva. Uno de los experimentos más interesantes fue la creación de formas híbridas que combinaban técnicas de la ficción con la crónica periodística. Los cambios sociales y culturales magnificados por los medios impresos eran arrolladores y dieron pie a la incredulidad posterior de las masas. El periodismo amarillo vive su época de oro y sirve como vocero de la guerra fría mientras difama y exhibe a las estrellas de Hollywood.
El crítico literario Alfred Kazin llamó a esta literatura la imaginación de la realidad. Truman Capote y Norman Mailer la elevarían a nivel de canon. Las experiencias colectivas rebasaron a las individuales como temas de novelas. A Sangre Fría y Los Ejércitos de la Noche resumen dos modalidades aparentemente antitéticas de narrativa: la empírica y la imaginativa. Ellroy y de Lillo las renuevan con fuertes dosis de historia social, biografía, documentales y periodismo. Ola de Crímenes y Destino: La Morgue son colecciones de relatos y piezas periodísticas donde Ellroy desfoga la energía delirante comprimida en sus novelas. El extremismo y la investigación especulativa se afirman como sus herramientas básicas. Para ser contemporáneo y exitoso el fatalista Ellroy despedaza creencias y reputaciones.
La década de los sesenta sobre todo, fue un periodo de fantasías lisérgicas y realidades brutales. Ellroy era entonces un adolescente de pelo corto desquiciado por la abstinencia sexual. Kennedy, Martin Luther King y Malcom X son asesinados y Lee Harvey Oswald se convierte en el primer antihéroe de la cultura pop norteamericana.
Otro crítico, John Aldrige, observaba en 1964 que la producción literaria ya no podía separarse de su promoción. Ellroy renuncia a inventar personajes y toma de la realidad grandes tramas que le permitan convertirse en paparazzi de la historia reciente. La forma y el estilo de Ellroy maduraron a partir de una obsecada confrontación entre éstas y la representación realista de su experiencia vital. ¿El sistema? A tomar por el culo el sistema. La rabia de la contracultura denota un nuevo conformismo. A la crítica que hace de éste le hace falta rigor analítico y le sobra resentimiento personal… Me encabroné con la contracultura y su angustia vital descafeinada. Monté en su ola de la droga. No advertí lo contradictorio que era.

Los Angeles es una matriz de escritores de corte duro. En sus respectivas juventudes Charles Bukowski, Edward Bunker y Danni M. Martin entreveraron sus ambiciones como novelistas con la de Ellroy en las bibliotecas públicas de la ciudad. En Mis rincones oscuros, Ellroy reflexiona sobre el mismo dilema que obsesionó a los otros tres a lo largo de su obra: cómo un inadaptado se convierte en escritor. Con desgarrador escepticismo todos concluyen que su dualidad como criminales y artistas no los hace diferentes del resto de nosotros. Pero al contrario de aquéllos, que nunca abandonan su tono confesional en primera persona para escribir sobre un mundo amoral y feroz desde el lumpen, Ellroy se interna en los sótanos del poder corporativo para escarbar en la historia social negra. Esto lo convierte en un cronista lapidario.
Ellroy tiene un Yo desenfrenado que logró emanciparse de sus traumas de adolescente tomando consciencia de todo lo que es ambiguo y subterráneo. Esta relación conciliatoria entre el Yo atormentado y el Yo que disfruta de la fama y el dinero le permite caminar en el filo de una sociedad opulenta y asesina.
En boca del propio Ellroy “la historia de América en el siglo XX es la historia de los crímenes cometidos por malvados hombres blancos.” Habría que exhumar un momento de la de la literatura y el periodismo norteamericanos para entender de dónde viene todo este protagonismo tan ad hoc a sus narradores.

En la trilogía de novelas USA, John Dos Passos experimenta con las nacientes técnicas cinematográficas para registrar el impulso que arrastraba a la cultura de masas de principios del siglo pasado en Estados Unidos. Su estilo sordo y sucinto sería ante todo un modo de percibir el amplio abanico de experiencias colectivas en Estados Unidos, e imitado por otros contemporáneos suyos y posteriores aunque ninguno de ellos lo reconociera. Como muchos otros escritores antes y después de él, sintió fascinación por los poderosos y sus secuaces. Seguía la huella de Henry James en su firme creencia de que “el novelista ha ascendido al sagrado oficio de historiador”, que la historia existía objetivamente y con un orden a descubrir (si ya no un propósito), que es aquello de lo que el novelista más depende y necesita; que la historia hasta le ofrece la estructura de la novela.
Al igual que Dos Passos, el propósito de Ellroy es captar la letanía, el tono, el paso del tiempo en la voz de una época: la de Ellroy, los años cincuenta y sesenta, decisivos en él; la trivialidad, el cliché que acaba por convertirse en desilusión colectiva. Las novelas de Ellroy son pesadillas de ultraje y desenfreno racistas. El mórbido placer de husmear es omnipresente. Sus personajes son a la vez ficticios e históricos, fantoches y héroes, jueces y verdugos. Ficticios por la subjetividad para situarlos en su escenario, históricos porque son auténticos protagonistas de la Historia norteamericana de los últimos cincuenta años. Política y crimen en mórbida simbiosis.
Como Dos Passos en su momento, Ellroy pretende una trilogía aún inconclusa anunciada con la publicación de América y su secuela Seis de los Grandes. USA se distingue por su determinación. Dos Passos expuso todas las cuestiones morales, las caracterizaciones y el destino de Estados Unidos con audacia y claridad. A partir de La Dalia Negra, se puede decir lo mismo de Ellroy, quien goza con su capacidad de asquear y aturdir al lector mientras lo arrastra hasta el final de sus tramas. Su fascinación por el mal le permite utilizar una técnica de intensificación hiperrealista.
Para Ellroy el destino se presenta como un dilema moral: de qué forma el hombre puede adoptar el bien, cómo debe entenderse el pecado, qué hace el tiempo con éste y si existe una compensación para los que sufren. El análisis de la sociedad norteamericana entendido como denuncia. El equivalente popular de la nostalgia por alguna certidumbre tradicional.
Ellroy exhuma una tradición que comprende la índole esencialmente trágica de los conflictos entre un universo de cánones morales inamovibles y los deseos e instintos naturales del hombre. Sus personajes son pragmáticos. El ambiente social afecta su conducta. En América, la misión de alguien como Pete Boundurant, guardaespaldas de Howard Huges y sicario que trabaja clandestinamente para la CIA, es emplear sus casi omnipotentes poderes intelectuales y físicos para adaptarse satisfactoriamente al estercolero de la política y su guerra sucia. Nada de especulaciones metafísicas. De la misma manera que su héroe, Ellroy entendió en su adolescencia que se deben examinar con toda claridad las experiencias adquiridas y aprender de ellas. Cree que dentro de ciertos límites, el hombre dispone de libre albedrío para procurar sus propia adaptación al medio.

El movimiento de los “Muckrackers” (escarbalodo) es decisivo en la literatura y el periodismo contemporáneos. Su origen tiene que ver con el estilo de vida de la sociedad estadounidense, fisgona y paranoica de por sí. Semejante movimiento sólo podía gestarse y florecer en un país en que van aparejadas una patológica creencia en la riqueza, un iluminismo moral, y virulento exhibicionismo. El término fue tomado de El viaje de los peregrinos de Franklin Delano Roosevelt. Lo aplicó en 1906 a las acusaciones de corrupción que a su parecer hacían con demasiada ligereza ciertos escritores y periódicos. El estudio más completo sobre los muckrackers viene en la Autobiografía del periodista Lincoln Steffens escrita en 1931. En ella narra cómo se dio cuenta de la forma en que la legislación del estado podía proveer todos los medios para cualquier corruptela. Esto era tan revelador como el beneplácito de los barones del crimen por la publicidad que recibían gracias al entrometido Steffens, porque ello les ayudaba a aumentar sus ganancias. Steffens llegó a la conclusión de que lo que importaba básicamente no era determinar quién sino qué era el responsable de la situación.
Ellroy ignora la rectitud para dar forma a sus argumentos y desenlaces. Su acercamiento a la vida norteamericana regida por el hampa es paradójicamente, apócrifa, dantesca. Ello detona la irreverencia con que recrea a personajes como John F. Kennedy apodado en América “dos minutos”, aludiendo a lo que duraba su erección.
Ellroy vive perturbado por saber hasta dónde y de qué manera cada uno de los incontables individuos que figuran en sus libros es capaz de forjar su propio destino y hasta dónde lo condiciona su medio ambiente. Su obra radicaliza una tendencia de la narrativa contemporánea de interferir en la historia reciente a través de la revisión documental.
Ellroy profana mitos y escupe en el optimismo mesiánico de un país de lentejuelas y escándalos.

3 comentarios:

zipperbelt dijo...

Aleccionadora monograf�a esta del Ellroy; ahora entiendo m�s su escuela maese Serv�n; chido por escribir ac� de nuevo, nada m�s falta un ajuste en lo de los idiomas para que salgan bien los acentos.
Salud!

fabio

zipperbelt dijo...
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Anónimo dijo...

Acabo de adqueirir Amenica de Ellroy llevado por recomendaciones vagas.
Me meti a la red para averiguar algo del autor y me encuentro con este pots y siento que he hecho un gran allasgo, una de las mejores inverciones que he hecho.

Ahora solo me queda leerlo y disfrutar la novela.

Saludos.