reciente entre casi una centena de escritores
sobre las novelas mexicanas más importantes de los
últimos treinta años. Me he sentido incapaz de responder
domicilio lo cual evitó que me metiera en un lío, pues
mis puntos de vista sobre cualquier cosa no están guiados
por un canon o consenso. Esto me ha enseñado a
correr riesgos y a aprender de mis errores. No he leído
la mayoría de las novelas enlistadas y las que sí, no
están entre mis preferidas. La razón es simple: por inclasificables
y silenciosos, mis “tutores literarios”, unos
cuantos, están en la periferia de cualquier ranking.
Especular sobre ello distorsiona las dimensiones
de mi proceso e impide identificar mi esencia. De
pronto, pareciera que la literatura es un inventario
adaptable a las modas y valoraciones de los especialistas.
Para mí es un demonio con miles de disyuntivas
para saltar al vacío.
Me preguntaría cuántas de las novelas publicadas
en México en las últimas décadas provocan un entusiasmo
a contracorriente de la estridencia de los tiempos,
que aclare por qué escribir o leer tendría que ser
un imperativo moral en un país que se desenvuelve
entre angustias, conflictos y necesidades ordinarias
con registros emocionales casi metafísicos. No dudo de
la valía de estas obras, pero por alguna razón transitan
de un modo u otro en un territorio de incertidumbre,
entre el azar y lo aleatorio.
No sé qué tanto ayuda a sobrellevar lo que vivimos
saturados de información y sondeos que no profundizan
en los hechos escuetos y prefieren embadurnarnos
con datos insustanciales y opiniones reciclables que
compiten contra el rumor y el chismerío. En determinado
momento, los esfuerzos por sobreponerse a la
insensatez, el olvido y la destrucción no cuestionan lo
que está detrás de su origen. Ante esto, las novelas que
valdría la pena leer tienen poco campo de acción, su
esencia transgresora y reflexiva les impide correr a la
hago me mantiene alerta. En el tablero junto a mi
escritorio se acumulan proyectos literarios urdidos bajo
desilusiones y extravíos.
La desintegración y la invisibilidad amenazan las
iniciativas individuales. Al parecer hay lecturas y espacios
ineludibles para todos. Quizá todo esto forme
parte de una abstracción obsesiva que exige validar
nuestra identidad a través de consensos. •
sobre las novelas mexicanas más importantes de los
últimos treinta años. Me he sentido incapaz de responder
pese a que la revista convocante me había invitado
a participar. Finalmente el cuestionario no llegó a midomicilio lo cual evitó que me metiera en un lío, pues
mis puntos de vista sobre cualquier cosa no están guiados
por un canon o consenso. Esto me ha enseñado a
correr riesgos y a aprender de mis errores. No he leído
la mayoría de las novelas enlistadas y las que sí, no
están entre mis preferidas. La razón es simple: por inclasificables
y silenciosos, mis “tutores literarios”, unos
cuantos, están en la periferia de cualquier ranking.
Especular sobre ello distorsiona las dimensiones
de mi proceso e impide identificar mi esencia. De
pronto, pareciera que la literatura es un inventario
adaptable a las modas y valoraciones de los especialistas.
Para mí es un demonio con miles de disyuntivas
para saltar al vacío.
Me preguntaría cuántas de las novelas publicadas
en México en las últimas décadas provocan un entusiasmo
a contracorriente de la estridencia de los tiempos,
que aclare por qué escribir o leer tendría que ser
un imperativo moral en un país que se desenvuelve
entre angustias, conflictos y necesidades ordinarias
con registros emocionales casi metafísicos. No dudo de
la valía de estas obras, pero por alguna razón transitan
de un modo u otro en un territorio de incertidumbre,
entre el azar y lo aleatorio.
No sé qué tanto ayuda a sobrellevar lo que vivimos
saturados de información y sondeos que no profundizan
en los hechos escuetos y prefieren embadurnarnos
con datos insustanciales y opiniones reciclables que
compiten contra el rumor y el chismerío. En determinado
momento, los esfuerzos por sobreponerse a la
insensatez, el olvido y la destrucción no cuestionan lo
que está detrás de su origen. Ante esto, las novelas que
valdría la pena leer tienen poco campo de acción, su
esencia transgresora y reflexiva les impide correr a la
par de lo inmediato.
Aunque parezca contradictorio, creer en lo quehago me mantiene alerta. En el tablero junto a mi
escritorio se acumulan proyectos literarios urdidos bajo
desilusiones y extravíos.
La desintegración y la invisibilidad amenazan las
iniciativas individuales. Al parecer hay lecturas y espacios
ineludibles para todos. Quizá todo esto forme
parte de una abstracción obsesiva que exige validar
nuestra identidad a través de consensos. •
1 comentario:
Exacto...
Habitualmente el fárrago de la tentación de convertir-nos en jueces apresurados, junto a la imposibilidad de determinar el valor real de las obras respecto al gusto de los lectores, obran en los editores estos despistados intentos por establecer canones... pero ufff
saludos
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