viernes, abril 25, 2008

15 razones para odiar al gobierno


Versión íntegra del artículo publicado en la revista Día Siete no. 400,abril 2008 (imagen tomada por el autor desde la ventana de su domicilio)

A partir de una iniciativa propia, el presidente de Francia, Nicolás Zarkozy, dio a conocer recientemente un informe con 300 ideas para mejorar su país, una de las democracias más avanzadas y prósperas del mundo, con amplia participación ciudadana en lo que concierne a su bienestar.
En México una propuesta parecida sonaría a una insultante perogrullada. Con la reputación de nuestros gobernantes, todo haría creer que pretenden lo contrario.
El PRI moldeó la idiosincrasia del país, sus usos y costumbres y generó una clase política mediocre, mezquina e inescrupulosa, que impide hasta hoy aspirar a una verdadera democracia. Bastan quince razones de las muchas más existentes, para justificar mi odio al gobierno, esa entelequia viciada por setenta años de un solo partido en el poder.

1. Si la democracia es un logro de la madurez política, tendríamos que aceptar que los mexicanos votamos en abrumadora mayoría por el desmadre. De los males, el que sea. En las elecciones presidenciales del 2006 anulé mi voto porque ningún gobierno ha conseguido hacer de este país un lugar menos injusto, violento e inseguro. Y eso que hay petróleo y recursos naturales en abundancia. Si alguien cree que es cuestión de tiempo para que todo cambie, más le vale creer en la reencarnación.

2. Las violaciones constantes a los derechos humanos dañan seriamente al país. Pero el gobierno trata de convencernos de que es un asunto sin importancia. Respaldó a Ulises Ruiz, quien jamás aceptó ante Irene Khan, secretaria general de Amnistía Internacional, que durante el conflicto con la APPO en 2006, los derechos de la gente hubieran sido violentados. Lo ocurrido en Oaxaca se repite en todo el país, de un modo u otro, porque la misión de la policía y del ministerio público es defender al poderoso.

3. Vivir dentro de la legalidad es engorroso y caro. El “hágale como quiera”, “el que no tranza no avanza”, “la palanca” (eufemísticamente llamada “tráfico de influencias”) para obtener un empleo, hacer negocios o evitar el vía crucis burocrático hasta para pagar una multa, son parte de un antiguo evangelio predicado por el gobierno y sus apóstoles. “Voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar”, esta frase de “El Padrino” Vito Corleone, queda como anillo al dedo a la doble moral del mexicano que se queja de la corrupción mientras paga mordida para evitar una multa por estacionarse en doble fila.

4. El gobierno impide planificar nuestro futuro. El salario mínimo es insultante aun para la autoestima más baja, que alimenta un sentido del honor inaplicable a gobernantes y legisladores. Tendría que aparecerse una especie de deidad y decirnos claramente a qué se puede aspirar en este país y qué, de plano, es parte de un destino inexorable.

5. El gobierno nunca reacciona a tiempo y evade su responsabilidad ante los siniestros o desastres naturales. Nunca está a la altura de los desafíos. La prevención no es lo suyo. Recordemos el huracán que inundó Tabasco. Poco importa la indignación general, cuando el gobierno toma cartas en el asunto, ya salió a flote la corrupción y discrecionalidad con la que maneja los fondos para ayuda y reconstrucción. ¿Alguien sabe en qué se utilizan? y ¿por qué año tras año se repiten las mismas tragedias? El calentamiento global es la coartada de moda.

6. El gobierno ha degradado el ideal de democracia. La ha transformado a nuestras espaldas, en reducto de privilegiados que sólo se benefician entre ellos. ¿Habrá un solo diputado que merezca su sueldo exorbitante? Los gobernantes nos endosan la responsabilidad de la crisis económica y social, aunque sean ellos los que ejercen el poder, sus lujos, sus privilegios y sus recursos; el presupuesto nacional. Palo dado ni dios lo quita, dice la sabiduría popular.

7. El gobierno se ha llenado de sujetos con un ego insoportable. Las revistas frívolas llenan sus páginas con presidentes, secretarios de estado, senadores y diputados que nos abren “la intimidad” de sus mansiones. Ya nadie esconde su opulencia. Ahí está el rancho de los Fox. Nuestras legisladoras no se quedan atrás posando semidesnudas en publicaciones para caballeros o actuando en películas que parecen homenajear al cine de ficheras. A ver con qué cara apoyan la ley contra “miradas lascivas”.

8. Ningún gobierno reconoce la voluntad de los votantes en este país. La exigencia de orden y regulaciones sensatas para la sana convivencia ciudadana no está en la agenda nacional. Bajo cualquier pretexto, algunos cientos de manifestantes bloquean calles y avenidas y con toda clase de garantías, la policía los ayuda a desquiciar la actividad de miles de personas extendiendo el cerco con vallas, escudos y retenes. El chiste es decir no a todo. Nadie protege al ciudadano pacífico que a diario lucha por conseguir o mantener un trabajo. Marchas y plantones colapsan la actividad diaria en todo el país. Vivo sobre la avenida Bucareli, a tan sólo unos pasos de la Secretaría de Gobernación. Durante 12 días de marzo una horda de maestros oaxaqueños instaló un campamento sobre esta vía de intenso tráfico vehicular. Las calles adyacentes a la oficina de Juan Camilo Mouriño fueron protegidas por un cerco de vallas y retenes policiacos que paralizó la actividad en unas diez manzanas. Los habitantes de la zona experimentamos la desquiciante sensación de impotencia y falta de garantías individuales. Es parte de una realidad absurda que hace más evidente el vacío de autoridad.

9. Nuestro derecho a la civilidad choca con el deterioro selectivo de los espacios públicos. La tarde del pasado nueve de marzo en la plaza de la Ciudadela, un estudiante de la vocacional 5 recibió un balazo en la pierna al tratar de impedir que otro joven le robara su celular. Esto ocurrió a menos de cien metros de uno de los retenes instalados con vallas por la Policía Federal Preventiva. A dos calles de ahí, compactas hordas de ingobernables clamaban su existencia a gritos desafiantes o pachangueros a los que seguían bostezos de resignación. Por todas partes asomaban semblantes que amenazan convertirse en mayoría obesa obstinada en desmentir que somos un pueblo hambreado. Mientras tanto, bien pertrechado en su oficina de Bucareli, Mouriño se la pasa como el chinito, “nomás milando”, los ataques e impugnaciones en su contra que le lanzan los simpatizantes del presidente “legítimo” de un país que precisamente carece de legitimidad de su clase política.

10. Sólo falta que el gobierno reglamente el ruido y las arbitrariedades para incrementar su recaudación de impuestos. Si fuéramos realmente los fieros custodios de nuestro patrimonio entonces no estaría el país absolutamente devastado. No lo digo solamente por la destrucción del territorio y la privatización de los sitios históricos, sino por el envilecimiento de las relaciones humanas.

11. El gobierno ha hecho de la escandalosa impunidad su mejor aliado político. El pacto social se sostiene de desfachatez y catastrofismo. La administración de justicia es una vacilada. Recordemos que sólo dos de cada 100 delitos denunciados terminan en una consignación. No vayamos más lejos, la Suprema Corte de Justicia le dio a Puebla una nueva denominación de origen al coñac. Ya es inevitable identificar la bebida con la marca “Gober precioso”, destilada por Mario Marín y sus exonerados catadores.

12. El gobierno fomenta la usura. Así es en todo. Pagamos tarifas, impuestos y réditos de primer mundo por servicios de tercera. No conozco un solo caso de alguien que le haya ganado un reclamo a Telmex, a la Compañía de Luz o a alguna de las instituciones bancarias que jinetean nuestro dinero. Los trámites y “aclaraciones” en las oficinas de cualquiera de estas empresas exaspera e indigna. Como consuelo nos ofrecen televisores encendidos para que la larga e infructuosa espera en la fila sea más entretenida. Televisa y TV Azteca como escarmiento.

13. Un programa de salud de corte policiaco y legisladores que se inspiran en la ley Volstead, la de la Prohibición norteamericana de los años veinte, ejemplifican las incongruencias del gobierno. La guerra santa contra el narcotráfico ha vuelto al simple consumidor de sustancias ilícitas un delincuente casi tan peligroso como un Zeta. La cruzada extendida hacia los fumadores, ya amenaza a los bebedores. La obesidad, un problema de salud tan grave o más que los otros, no es medida con la misma vara. Las refresqueras y demás fabricantes de alimentos chatarra son intocables. Imagínense si en los lugares públicos se les prohibiera la entrada a los gordos, se les asignaran zonas restringidas, o se les cobrara tarifa doble en los transportes, cines y eventos masivos. El buen juez por su casa empieza pero los funcionarios de gobierno y los legisladores de todos los partidos, ni de chiste se pondrían a dieta. Ellos están para imponérsela al pueblo, sobre todo en los salarios. Faltaba más.

14. Si no es la Secretaría de Educación Pública y el belicoso sindicato de maestros liderado por Elba Esther Gordillo, debe ser el calentamiento global el causante del lamentable nivel educativo general. México quedó en último lugar en una prueba reciente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), que evalúa la capacidad de alumnos de 15 años en treinta países para pensar científicamente e innovar. Y eso que la organización no se ha asomado a cualquier establecimiento comercial del país para ver como los dependientes usan calculadora para sumar o restar diferencias en centavos.

15. Implantar un estado de derecho es básico, pero también lo es no mentir sobre algo tan doloroso como es la incertidumbre en que sobrevive la mayoría de la población. No bastan las pretensiones de legalidad, tampoco las mentiras y parches con que el gobierno tapa sus complicidades. Una cosa es el lastre del sistema priísta y otra muy distinta solapar dinastías colgadas de los recursos del Estado y de la inoperancia de la Justicia. Ahí está el ejemplo reciente de la familia Sahagún Bribiesca.
El odio contra el gobierno es un hilo de Ariadna que desmadeja intrigas, pifias y escándalos de la clase política. Su parsimonia e ineptitud superan cualquier predicción. El pueblo “bueno” (y el malo, supongo) resiste toda clase de sacrificios, incluidos el chambismo y el delito. Bien dicen que lo vergonzoso no es robar, sino que lo cachen a uno.

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