Jack London afirmaba que “el trabajo de un reportero consiste en abrirse paso a fuerza de golpes de la mañana a la noche… es un torbellino de vida, la vida del momento, sin pasado ni futuro”. Que el periodismo alcance niveles de literatura depende del escritor y su oficio. La imaginación como aliada de la experiencia personal busca fusionar la verosimilitud con la veracidad. Dentro de los géneros literarios, el periodismo es una herramienta ubicua e indispensable para proyectos de largo aliento sin pedir permiso a la aduana de los estilos, los géneros o las modas. Así lo confirma la ruta trazada por la novela naturalista (Zolá, Balzac, Dickens, Melville, London, Steinbeck, Hemingway, Doss Pasos), el New Journalism y la prensa subterránea de los años sesenta (Capote, Wolfe, Thompson, Southern) y en México, la obra de Martín Luis Guzmán, Revueltas, Ibargüengoitia, Garibay, Taibo II, González Rodríguez, Roura.
Periodismo Charter viaja con el relato, la crónica, el reportaje, la autobiografía, la biografía apócrifa y la novela. ¿Dónde termina el testimonio y comienza la ficción? ¿En qué momento la ficción se convierte en testimonio?
Creo que día con día uno hace el reportaje y la crónica de su propio destino. Periodismo Charter es un híbrido literario interesado en captar “la belleza de lo siniestro”, según diría el poeta Jaques Prevert.
El periodismo es un género literario vigoroso cuando está bien empleado. No soy muy bueno “inventando” y mi capacidad de evocación es pobre. Sin embargo, tomo mis propias vivencias como materia prima y las magnifico como si las viera en la pantalla de un cine. Todo lo que alimenta mi imaginación y mi cultura, es apéndice de mi experiencia vital. Como diría poco antes de morir el pintor Max Beckman: “Sólo puedo decir que en el arte todo es un asunto de discriminación, dirección y sensibilidad, independientemente de que el resultado pueda ser considerado moderno o no. Del trabajo debe emanar el amor a la verdad. La verdad a través de la Naturaleza y de una autodisciplina de hierro”.
Mi formación es autodidacta y jamás he trabajado en el medio editorial, a no ser como freelance.
Cito a Manuel Buendía:
No hay enemigo más peligroso que la secreta fraternidad de los mediocres. Están por todas partes y, como cierta clase de individuos, se reconocen entre sí con un leve movimiento de pestañas, y a veces sin pestañear siquiera. De piel a piel se sienten entre ellos. Un mediocre sabe bien quién es otro poca cosa y en cierto tiempo forman una silenciosa pero eficiente y muy pugnaz falange de medianías. De modo instintivo saben descubrir a quien no es de su sindicato y éste automáticamente se convierte en blanco de todas las intrigas y difamaciones. La primera ley de los mediocres es la consigna de destruir a quienes no lo son.
Las mismas cualidades del periodismo como arte narrativo cierra el paso a los mediocres y a los maquinazos a los que es tan afecta la industria de la información. Aquél puede leerse como una novela. El oficio, sagacidad y cultura de sus practicantes posibilitó desde sus inicios el empleo de herramientas usualmente destinadas a complicadas piruetas intelectuales como el ensayo, la crítica sociológica, la historiografía y la disquisición filosófica. Dichos elementos se fueron insertando ágilmente en este género narrativo pendiente del aquí y el ahora. En general, suplementos y revistas literarias están llenas de timoratos que contra su voluntad, han tenido que abrir las ventilas (pero no mucho, insisto) de sus redacciones en busca de aire fresco.
Mi propuesta es íntima e individualista, casi minimal, por decirlo de algún modo.
El que yo escriba no me hace mejor que nadie, si acaso, me ayuda a ser un más responsable de mis propias decisiones. Mi experiencia como bracero me dio la oportunidad de revalorar mi identidad. Las diferencias culturales y económicas solo encubren superficialmente nuestras afinidades, semejanzas y conflictos con los otros. En esencia, creo que las pulsiones que hacen girar a los individuos en cualquier lugar del mundo, son las mismas. La historia sólo representa un punto referencial para confirmar la inutilidad de los discursos, los dogmas y las religiones. Estamos solos combatiendo fantasmas.
William Faulkner tenía una idea que me gusta mucho: la mejor ficción es mucho más verdad que cualquier tipo de periodismo. No es nada fácil conseguirlo. Uno tiene que reconocer las propias limitaciones antes de descubrir si se tiene el talento y la perseverancia necesarias. El trabajo es tan divertido como prepararse todos los días durante años para una pelea de campeonato y de pronto darse cuenta que nuestro récord sólo da para peleas preliminares. Fuimos eternos contendientes al título sin darnos cuenta del paso del tiempo.
Suprimir los signos exclamativos en mis historias es una cuestión de estilo. A mí no me dice nada leer historias llenas de adverbios y tipografía subjetiva porque ocultan una incapacidad para recrear una atmósfera y un estado de animo. Si un personaje dice “Cállate”, “te voy a matar” o “Se está incendiando mi casa”; la frase en sí misma tiene fuerza suficiente como para sostenerla con muletas. Uso los estrictamente indispensables y supeditados a una atmósfera que en el mejor de los casos, pude recrear previamente con verosimilitud.
En México se consolida lentamente una narrativa que propone romper con un canon literario demasiado respetuoso de las formas. La tradición sacralizó la literatura al punto de alejarla de los sentimientos del hombre común; está demasiado engolosinada con la forma, que es una manera hipócrita de evitar el salto al vacío. La forma ahoga al fondo cuando se cae en excesos, pero a decir de Sergio Pitol sin la existencia de ésta no hay una narrativa posible. Y a esa forma el narrador habrá de llegar guiado por su propio instinto. Y es el instinto lo que hace al narrador, diría yo, no la forma.
Agarro lo que voy encontrando en el camino. Recapitulo de memoria y sin intención de pontificar. Según Pitol nada es tan reductor como el culto a la moda. La tarea del escritor consiste en enriquecer la tradición, aunque la venera un día al siguiente se líe con ella a bofetadas. De ambas formas se hará consciente de su existencia.
Periodismo Charter viaja con el relato, la crónica, el reportaje, la autobiografía, la biografía apócrifa y la novela. ¿Dónde termina el testimonio y comienza la ficción? ¿En qué momento la ficción se convierte en testimonio?
Creo que día con día uno hace el reportaje y la crónica de su propio destino. Periodismo Charter es un híbrido literario interesado en captar “la belleza de lo siniestro”, según diría el poeta Jaques Prevert.
El periodismo es un género literario vigoroso cuando está bien empleado. No soy muy bueno “inventando” y mi capacidad de evocación es pobre. Sin embargo, tomo mis propias vivencias como materia prima y las magnifico como si las viera en la pantalla de un cine. Todo lo que alimenta mi imaginación y mi cultura, es apéndice de mi experiencia vital. Como diría poco antes de morir el pintor Max Beckman: “Sólo puedo decir que en el arte todo es un asunto de discriminación, dirección y sensibilidad, independientemente de que el resultado pueda ser considerado moderno o no. Del trabajo debe emanar el amor a la verdad. La verdad a través de la Naturaleza y de una autodisciplina de hierro”.
Mi formación es autodidacta y jamás he trabajado en el medio editorial, a no ser como freelance.
Cito a Manuel Buendía:
No hay enemigo más peligroso que la secreta fraternidad de los mediocres. Están por todas partes y, como cierta clase de individuos, se reconocen entre sí con un leve movimiento de pestañas, y a veces sin pestañear siquiera. De piel a piel se sienten entre ellos. Un mediocre sabe bien quién es otro poca cosa y en cierto tiempo forman una silenciosa pero eficiente y muy pugnaz falange de medianías. De modo instintivo saben descubrir a quien no es de su sindicato y éste automáticamente se convierte en blanco de todas las intrigas y difamaciones. La primera ley de los mediocres es la consigna de destruir a quienes no lo son.
Las mismas cualidades del periodismo como arte narrativo cierra el paso a los mediocres y a los maquinazos a los que es tan afecta la industria de la información. Aquél puede leerse como una novela. El oficio, sagacidad y cultura de sus practicantes posibilitó desde sus inicios el empleo de herramientas usualmente destinadas a complicadas piruetas intelectuales como el ensayo, la crítica sociológica, la historiografía y la disquisición filosófica. Dichos elementos se fueron insertando ágilmente en este género narrativo pendiente del aquí y el ahora. En general, suplementos y revistas literarias están llenas de timoratos que contra su voluntad, han tenido que abrir las ventilas (pero no mucho, insisto) de sus redacciones en busca de aire fresco.
Mi propuesta es íntima e individualista, casi minimal, por decirlo de algún modo.
El que yo escriba no me hace mejor que nadie, si acaso, me ayuda a ser un más responsable de mis propias decisiones. Mi experiencia como bracero me dio la oportunidad de revalorar mi identidad. Las diferencias culturales y económicas solo encubren superficialmente nuestras afinidades, semejanzas y conflictos con los otros. En esencia, creo que las pulsiones que hacen girar a los individuos en cualquier lugar del mundo, son las mismas. La historia sólo representa un punto referencial para confirmar la inutilidad de los discursos, los dogmas y las religiones. Estamos solos combatiendo fantasmas.
William Faulkner tenía una idea que me gusta mucho: la mejor ficción es mucho más verdad que cualquier tipo de periodismo. No es nada fácil conseguirlo. Uno tiene que reconocer las propias limitaciones antes de descubrir si se tiene el talento y la perseverancia necesarias. El trabajo es tan divertido como prepararse todos los días durante años para una pelea de campeonato y de pronto darse cuenta que nuestro récord sólo da para peleas preliminares. Fuimos eternos contendientes al título sin darnos cuenta del paso del tiempo.
Suprimir los signos exclamativos en mis historias es una cuestión de estilo. A mí no me dice nada leer historias llenas de adverbios y tipografía subjetiva porque ocultan una incapacidad para recrear una atmósfera y un estado de animo. Si un personaje dice “Cállate”, “te voy a matar” o “Se está incendiando mi casa”; la frase en sí misma tiene fuerza suficiente como para sostenerla con muletas. Uso los estrictamente indispensables y supeditados a una atmósfera que en el mejor de los casos, pude recrear previamente con verosimilitud.
En México se consolida lentamente una narrativa que propone romper con un canon literario demasiado respetuoso de las formas. La tradición sacralizó la literatura al punto de alejarla de los sentimientos del hombre común; está demasiado engolosinada con la forma, que es una manera hipócrita de evitar el salto al vacío. La forma ahoga al fondo cuando se cae en excesos, pero a decir de Sergio Pitol sin la existencia de ésta no hay una narrativa posible. Y a esa forma el narrador habrá de llegar guiado por su propio instinto. Y es el instinto lo que hace al narrador, diría yo, no la forma.
Agarro lo que voy encontrando en el camino. Recapitulo de memoria y sin intención de pontificar. Según Pitol nada es tan reductor como el culto a la moda. La tarea del escritor consiste en enriquecer la tradición, aunque la venera un día al siguiente se líe con ella a bofetadas. De ambas formas se hará consciente de su existencia.