martes, septiembre 26, 2006

Ruido (publicado en el suplemento La Nave" del diario Provincia 29-07-06)

Como el de cualquiera en este país, mi porvenir no es muy claro y sin embargo, por primera vez en mi vida podría afirmar que ninguna nube lo sombrea. Mi salud es aceptable y no tengo miedo de las enfermedades. La pérdida de seres queridos y mis continuos apremios económicos me han dado el temple para tomar decisiones riesgosas. Sin embargo, durante un tiempo mi presupuesto estará fuera de peligro y podré planificar mi dispendio (no soy tan arrogante como para presumir de ahorrativo). Entonces, ¿por qué tanta desconfianza cuando miro a la calle desde mi ventana?
John Steinbeck decía que una ciudad se parece a un animal. Posee un sistema nervioso, una cabeza, unos hombros y unos pies. Cada ciudad difiere de todas las demás: no hay dos parecidas. Y una ciudad tiene emociones colectivas. Confirmo esta idea desde un cuarto piso. Desde ahí suelo recibir el amanecer. Un cigarrillo encendido aligera el escape de mis pesadillas o me da tregua durante largas vigilias.
Vivo frente al periférico en un departamento de Infonavit como un corresponsal de guerra atento a los conflictos en el campo de batalla. La desconfianza habita el edificio y otorga a los vecinos la única oportunidad de reconocernos como aliados. Cada quien carga a cuestas sus odios y sus penas, y de ser necesario no sabríamos externarlas con palabras pues nuestras emociones son demasiado abrumadoras.
Dormir plácidamente es resultado de una pelea que el insomnio pierde por KO. Algo me hace ruido en el cerebro. Mi cabeza es como una esfera de la lotería que cascabelea repleta de pelotitas. Cada día doy vuelta a la manivela de mi vida esperando que salga de la canaleta algo más que reintegros.
Sé que llevo las perder en esto de escribir historias, de encontrar su tono, el tiempo y el ritmo. Pueden pasar semanas o meses completos sin ideas que valgan la pena. Por sí solas las pelotitas no significan nada, pero como todo jugador creo en mi suerte.
Hace poco más de un año tuve una corazonada y escribí un reportaje que envié a un concurso. Me olvidé del asunto y cuando menos lo esperaba gané un premio en efectivo. Recibí la noticia por teléfono en la editorial donde ese mismo día reclamaba un pago atrasado. Estaba a punto de pedir un préstamo a mi hermana para pagar el teléfono. Tres días después había algunos miles de pesos en mi cuenta de banco.
Los ruidos en mi cabeza se intensificaron desde entonces pues he tenido mucha suerte. A veces son tan suaves como el murmullo de una mujer al oído. Me acompaña la inquietud latente del jugador compulsivo. Escribo como si viviera bajo el asedio de un billetero que me ruega jugar al número ganador. Pero he aprendido a no comprar cachitos en la lotería de la desesperanza cotidiana. Crecí en el seno de una familia donde se apuesta fuerte contra las probabilidades.
Se supone que no debería costarme trabajo escribir un pequeño ensayo reflexivo. Si el lector se imagina que dispongo de algunas horas de abstracción y silencio, se equivoca. Los muros de mi departamento parecen derrumbarse con el ruido incesante de la avenida y las vibraciones del paso de camiones. Es frecuente el aullar de sirenas que anuncian el traslado de internos de un penal a un reclusorio y viceversa. El ajetreo estridente de fuera y mi urgencia de resguardo se convierten en un estamento de fe en los imponderables. Por eso cuando llego a la cama pienso que la esencia de la vida radica en un poco de suerte y algunas horas de sueño reparador.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué tal... Pues uno nada más anda curioseando en internet y más ahorita que aún no entro a clases. De churro, en verdad, me di cuenta que tenías un blog y me dije por qué no leer un poco? Y a decir verdad esto que acabo de leer me parece una cosa magnífica... No porque quiera hacer un círculo de adulación contigo, pero creo que es perfecto, ojalá yo escribiera así jaja (sí, ahí hay un poquitín de envidia. Muy bueno, en serio y pues me imagino que seguiré leyéndote un poco.
Suerte!
Adriana Dorantes (del taller de periodismo charter, por si no te acuerdas de mí)