domingo, enero 28, 2007

Madurar a la deriva

Poco antes de cumplir la mayoría de edad eludí el servicio militar. Fue un momento sublime aquel caluroso sábado de 1979 en la repleta explanada de la delegación Iztacalco. Los soldados eligieron a algunos de los posibles conscriptos para pasar lista y extraer de la urna del sorteo bolitas negras o blancas. Entre éstos había dos de mis amigos que gracias a la insólita desorganización castrense, manipularon los resultados. Regresé a casa eufórico por semejante golpe de suerte luego de que las semanas previas me había resignado a la idea de marchar cada sábado durante un año.
Era un desertor de la preparatoria y alguien “sin oficio ni beneficio” como solía reprenderme mi padre. El servicio militar y la escuela me parecían una pesada obligación para conseguir chamba. ¿Qué otro argumento podría tener alguien que había vivido la mayor parte de su vida entre gente pobre y desilusionada? Desde aquel entonces la ciudad de México equivalía al no futuro punk. Ni siquiera soñaba convertirme en escritor. Habrían de pasar muchos años y otros tantos tropiezos antes de que me atreviera a pensarlo. Así aprendí a vivir conmigo mismo. Es a lo que llamo madurar a la deriva.
Una mujer no la tiene más fácil, pónganse en sus tacones. Su ingreso a la adultez marcado por la biología la prepara para un festejo de quinceañera donde en el mejor de los casos se anuncia una desfloración al mejor postor. Me pregunto cómo se puede celebrar este absurdo rito cuando hay niñas que comienzan a usar toallas sanitarias a los nueve años y muchas más antes de los quince, ya saben lo que es tener un parto, un aborto o son prostituidas.
Hace catorce años, deprimido por trabajos mediocres y agotadores, miraba al techo de mi cuarto como El vagabundo de las estrellas de Jack London. En ese momento inicié un viaje imaginario y poco después real, que cambiaría mi vida para siempre.
Hoy sigo valorando esa decisión y su enseñanza: la memoria es un preciado bien que nos permite recordar lo bueno de los tiempos duros.

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