lunes, mayo 04, 2009

Publicado en la revista Emequis 170, mayo 2009


Visiones del fin del mundo

El futuro es un concepto anacrónico en un país como México. Este país ha rebasado con holgura las predicciones apocalípticas más aventuradas. En él coexisten la epidemia y la barbarie. El futuro se convierte todos los días en un cuadro costumbrista. Los alcances de una epidemia de influenza o fiebre porcina han puesto a los habitantes de este país dentro  de un escenario que rebasa la imaginación de cualquier novelista. La ciudad de México incuba la distopia. La habitan una vasta galería de inasimilables, que han convertido en símbolo de identidad su lucha por la sobrevivencia cotidiana. Al cuadro anómalo sólo le faltaba un virus de la magnitud del que se propaga en estos días, para que la paranoia nacional justifique cualquier teoría conspiracionista.

Las grandes crisis económicas se parecen a las epidemias virales, pues ocurren cada cierto número de décadas y nadie sabe con precisión cuándo se producirán. Si la epidemia de influenza en México llegara a tomar las dimensiones de la “gripe española” que azotó al mundo en 1918 y causara entre 40 y 50 millones de muertos, equiparable al de los muertos en la Segunda Guerra Mundial, el país se convertiría en un deambulatorio de almas en pena con tapabocas, sin pausa, tregua ni rumbo, huyendo de la muerte mientras otros como ellos fallecen frente a sus ojos sin recibir una mínima ayuda. La influenza pareciera ser el virus de nuestro tiempo pues para combatirlo se requiere evitar cualquier contacto humano, sobre todo los besos, manifestación sublime del amor entre los humanos. En una ciudad como el DF con una tremenda crisis de agua, las medidas sanitarias recomendables por la Secretaría de Salud se convierten en un castigo bíblico. La barbarie subyace bajo la capa de civilización y de  progreso.

Epidemiólogos de la Secretaría  de Salud estudiaron los patrones de propagación de la pandemia de gripe española de 1918 y a través de un modelo matemático calcularon el impacto en México de un fenómeno viral semejante. Estiman que en un plazo de seis meses el 35 por ciento de la población estaría afectado por la influenza, con cuadros leves hasta muy graves. Habría unas 500 mil personas requiriendo hospitalización y aproximadamente 200 mil muertos, es decir, uno de cada 175 afectados.

El impacto en la economía no tardará en mostrar su efecto demoledor. Recordemos que no hace mucho, el secretario de Economía diagnosticó un catarrito en las golpeadas finanzas nacionales.

La ausencia de fe o la necesidad de recobrarla es uno de los dilemas a los que se habrá enfrentado el habitante de este país. Paradójicamente, en un mundo donde el calentamiento global está acelerando el desequilibrio en los ecosistemas y la destrucción de las especies, la epidemia de influenza podría verse como una respuesta de la Naturaleza a la sobrepoblación del planeta y al agotamiento de su capacidad de proveernos de servicios gratuitos a los que estamos acostumbrados, como depurar el aire y el agua, tierras fértiles, reciclamiento de desperdicios, protección a las cosechas de las plagas, nutrir el suelo, etc.

La crisis definitiva del hombre contra la Naturaleza estalló ya y no hay marcha atrás. Nadie puede predecir con exactitud cuánto vivirá ni cómo, pues estamos inmersos en una ruleta rusa de imponderables ecológicos, sanitarios y financieros.  Sin embargo, la epidemia de influenza en Mexico hasta hoy parece un problema menor pues el número de muertos es mucho menor comparado con el provocado por el tabaquismo, el alcoholismo, la diabetes melitus o los accidentes automovilísticos. Al menos en la ciudad de México, muere más gente al año atropellada que por cualquier enfermedad. Todo esto sin contar las bajas de la guerra contra el narco.

Pese a lo anterior, lo que podremos ver a futuro, sin duda, es a selectos grupos de gente acaudalada amurallada en sus propiedades, lejos de la chusma que propaga pestes y enfermedades. Pero también los veremos presidiendo a control remoto, funerales masivos de la horda empobrecida y víctima del hambre, la violencia y todo tipo de epidemias. Nuestros códigos de comportamiento están cambiando a ritmo vertiginoso. El amor y la solidaridad están a punto de convertirse en un doloroso sacrificio a riesgo de morir contagiado. Será parte del nuevo ritual que rodea a la muerte. Lo que quede de esa agónica institución llamada Familia, será responsable de organizar los nuevos cultos funerarios en un inútil afán de preservar tradiciones obsoletas, y debido a las epidemias, peligrosas.

Obligados como estamos a permanecer en casa el mayor tiempo posible, es una oportunidad de leer  La fiebre escarlata, de Jack London, y La peste, de Albert Camus.

La humanidad según ambas ficciones, se regenerará a partir de unos pocos sobrevivientes, pero sólo para engendrar las condiciones que la llevarán a un nuevo Apocalipsis.

 

 




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