martes, septiembre 01, 2009

El hombre del brazo de oro (publicado en la Revista Día Siete 471. Agosto 2009)

La noche del 6 de abril de 2009 se celebraron en el Steppenwof Theatre de Chicago, los cien años del natalicio de Nelson Algren, escritor nacido en esa ciudad un 28 de marzo. La nutrida asistencia tuvo oportunidad de escuchar durante casi dos horas lecturas dramatizadas de la obra de Algren en la voz de los también escritores Barry Gifford, Don DeLillo y Russel Banks, y del actor Willem Dafoe.

Digno homenaje para quien con su novela The man with the golden arm, explorara a profundidad la tragedia existencial del adicto a las drogas, excluido y criminalizado ya desde entonces, por una sociedad que hoy se resiste a aceptar el fracaso de la cruzada mundial contra el narcotráfico.

Algren se anticipó a la generación Beat, al escribir sobre la experiencia de la marginalidad en las grandes urbes, sin idealizaciones ni imposturas. Se sentía comprometido con los desposeídos de un país que sólo propagaba logros. De joven, como jornalero migrante en busca de empleo en el sur de Estados Unidos, vivió en carne propia la pobreza alarmante provocada por la recesión económica que azotó al país y al mundo en la década de los treinta. Esto y su breve experiencia como recluta durante la Segunda Guerra Mundial, le dieron suficiente material literario para sus obras futuras.

The man with the golden arm consagró a Algren como uno de los escritores estadounidenses más importantes de la Posguerra. Publicada en noviembre de 1949, cuenta la historia de Frankie Machine, un excombatiente adicto a la heroína. De regreso a Chicago, su ciudad de origen, es continuamente acosado por la policía, cae preso y logra regenerarse. Una vez en libertad, tiene que lidiar con Zosh, su mujer, quien para retenerlo con ella, finge parálisis atada a una silla de ruedas. Frankie es presa de la desesperación y temeroso del porvenir sombrío que le espera en un barrio miserable, luego de haber prestado sus servicios a la patria, recae en la droga tras un fallido intento de convertirse en baterista de una orquesta de jazz; termina refugiándose en su antigua actividad como tallador de cartas en garitos clandestinos. No hay posibilidad de redención para tipos como Frankie, ocupados la mayor parte el tiempo en mantenerse lejos de la cárcel. Prostitutas, estafadores y alcohólicos que habitan edificios miserables forman parte del escenario que rodea al hombre del brazo de oro. El desolado antihéroe sucumbe a la codicia del traficante Louie, una presencia tan abrasiva como la heroína que vende; ambos entienden lo inevitable de ese despertar en algún callejón suplicando por otro pinchazo en las venas del brazo. Louie insiste a Frankie que los adictos que claman no poder dejar la droga, mienten. Según el primero, el uso constante del narcótico es síntoma de un castigo subconsciente, por culpas reprimidas del pasado.

Con un estilo elegante y vigoroso, a lo largo de su abundante bibliografía, Algren escribió sobre la imposibilidad de vencer. Sus personajes se expresan a susurros, en permanente agonía debido a sus adicciones y tragedias alimentadas por un mundo amoral; parecen ajenos a su pesadilla cotidiana que los destina a morir sin epitafio. Su realidad es un microcosmos de soledades compartidas. Templados en la derrota inspiran la compasión que Algren, con lucidez casi beatífica, supo configurar como rasgo inconfundible de su narrativa comprometida con los habitantes de barrios marginales. Frankie Machine, representa el inminente desmoronamiento de un proyecto económico global que hoy condena al abismo a paíse enteros en todo el mundo.

En los años previos a la escritura de The man with the golden arm, llevada exitosamente al cine en 1955 por Otto Preminger, Algren vivió un tormentoso romance con Simone de Beauvoir, con quien viajó a México, entre otros países. Se conocieron cuando Algren fue dado de baja del ejército en Europa y tuvo oportunidad de conocer a Sartré en París, quien tradujo Never come morning, novela publicada en 1942 y que vendería un millón de ejemplares: “Creo que le gusté a la cotorrona porque yo era todo lo contrario a su <>. Es decir, Sartré como cualquier otro pensador profesional, desde que tiene quince años sabe que en vez de obtener un título como médico va a convertirse en escritor. Entonces absorbe la tradición francesa y actúa en consecuencia. Para un intelectual de carrera no hay nada más normal que razonar lo que destroza emocionalmente a alguien menos sofisticado. Creo que de algún modo esto me hizo atractivo a ambos amigos. Pero no se crea que me gustó mucho lo que Simone escribió en Los mandarines. No me reconocí. Fantasea como solterona. En fin, ella y su <> son mas deshonestos que una prostituta y su chulo”.

Ganadora del National Book Award en 1950, The man with the golden arm marca un punto de quiebra con toda una literatura posterior que tomó las drogas y las adicciones como eje narrativo. Pese a no contar con una traducción decorosa al español, goza de actualidad gracias a su exploración profunda en el hastío y el desenfreno, sobre todo moral, que embarga al habitante de las grandes urbes; es un enfrentamiento con el curso de la historia contemporánea y el fracaso de sus dogmas.

El furioso individualismo de Algren ha pasado desapercibido en México, quizá por su poca afinidad con novelistas identificados con el desencanto juvenil y la narcosis como un estilo de vida a contracorriente de una realidad sujeta a prohibiciones institucionales. Por poner un ejemplo recurrente, Junkie, de William S. Burroughs fue publicada en 1953. Sin embargo, The man with the golden arm, obra cumbre de Algren, tiene puntos de contacto con el presente mexicano, plagado de ciudades inhabitables e interrogantes sin respuesta, sobre el destino de millones de víctimas que de un modo u otro, viven atrapadas en el flagelo de las drogas y el crimen. Frankie Machine, “el hombre del brazo de oro”, es un retrato del enajenado, el marginado, el vencido, el proscrito; uno de los tantos exluidos de un proyecto histórico global que protagoniza la inagotable crónica de hipocresías y promesas de bienestar tan dañinas, o más, que las drogas duras.

Nelson Algren murió el nueve de mayo de 1981 a los setenta y dos años. Poco después, su amigo el escritor Kurt Vonnegut declaró que Algren sabía que los pobres no eran los santos que otros autores retrataban sentimentalmente. The man with the golden arm cumple sesenta de publicación. Permanece joven como retrato de individuos que viven en el límite de la resistencia al olvido.

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