miércoles, octubre 06, 2010

Bienvenidos a ciudad Plantón (publicado en Milenio Semanal 2010-09-05

En agosto de 2006, justo una semana después de que el plantón lopezobradorista invadiera Reforma, avenida Juárez y el Zócalo, Guillermo Osorno, editor de la revista D. F., me llamó para pedirme una crónica sobre el tema que destacara su lado “humano”. Según Julio Patán, coeditor con el que me puse de acuerdo en los detalles, querían una visión desenfadada y sin tapujos. La encomienda me vino de perlas porque justo esa semana de agosto me había mudado a Independencia y Luis Moya, a una calle de la Alameda, cuando el plantón amenazaba en convertirse en la pesadilla totalitaria del “pueblo bueno”. Luego de diez días de exhaustivo trabajo de campo entre toda clase de farsantes, acarreados y crédulos, entregué mi crónica. Nunca fue publicada y tampoco obtuve explicación o justificación alguna. De cualquier modo me ofrecieron pagarme como compensación por mi trabajo. Los mandé al demonio. Aunque al parecer no sirva de nada en estos tiempos, hay que mostrar dignidad. “Ciudad Plantón” permaneció inédita hasta hoy, en que forma parte de DF Confidencial 



Pancartas, volantes, videos y tendederos repletos de exvotos predican el evangelio y viacrucis del santo que desplazó a san Judas Tadeo, el de las causas difíciles: “Andresito estamos contigo, tú serás nuestro presidente”. Es un mano a mano con los altavoces que reproducen rock, corridos, trova, música vernácula y de protesta, arengas maratónicas y opiniones espontáneas a micrófono abierto defendiendo La Causa. El connubio entre el derrotismo histórico de la izquierda y el pensamiento mágico del “pueblo bueno” militante, se manifiesta a lo largo de su campamento de inconformes por los resultados de la votación, en carteles y mantas que insultan y caricaturizan a los demonios del fraude electoral de 2006, de la “traición a la democracia”. Los devotos del niño Andresito preparan la inminente beatificación de su mártir.

En sí, el cierre temporal de vialidades no es mala idea. En Bogotá, los domingos y días festivos la alcaldía cierra el tráfico vehicular en la Carrera 7, una de sus dos avenidas más importantes, para que la gente disfrute de un corredor peatonal, deportivo y artístico. Pero en el D.F. se busca el récord Guinness de saboteo permanente al libre tránsito.

De Reforma, a la altura de Mariano Escobedo, hasta donde termina la avenida Juárez, se vive una tranquilidad que invita al vagabundeo reflexivo. Es como si en un territorio ocupado luego de una cruenta batalla de dimes y diretes únicamente quedara hacer el recuento de los daños.

Sólo caminando se puede uno adentrar en la ciudad. Y en este caso, conocer un poco más de un líder político que luego de un mitin en el Zócalo convirtió a la Ciudad de la Esperanza en la Meca de los plantones. Esta refundación ha despertado acalorados debates donde ya quedó de manifiesto que aquí lo que menos cuenta son los intereses de la mayoría. La tradicional incivilidad en la Ciudad de México refleja tantas afecciones que todo lleva a pensar que nada ni nadie podrán salvarnos. Pese a sus pretensiones posmodernas, visibles en la imparable construcción de torres de negocios, centros comerciales y exclusivos condominios habitacionales, los capitalinos tenemos categoría de pignorantes en el territorio donde la ley es boleta de empeño. Escindidos por un mundo a la Blade Runner y otro a la Pedro Páramo, tenemos que resignarnos a que la mentada “construcción de la democracia” esté llena de grietas y goteras. Al pie de los posmodernos palacios de Reforma y de sus ancestros, en Madero y el Zócalo una peregrinación de legionarios perredistas montó un túnel del tiempo hacia la historia de la debacle nacional.

LA CIUDAD COMO CAJA CHINA
Para medir el grado de sensatez de los capitalinos hay que preguntarles cómo sobrellevan su desgracia. Por si alguien no se había dado cuenta o se obstina en negarlo, la Ciudad de México (el país entero) debe mucha de su grandeza a las calamidades, la ineptitud, la soberbia y el agandalle.

El 30 de julio comenzó el plantón más grande de que se tenga memoria (corta, por cierto). La coalición por El Bien de Todos (ellos) partió la ciudad en dos. Los inconformes con los resultados de las votaciones presidenciales del dos de julio de 2006 están dispuestos a seguir a su “rayo de esperanza” hasta las últimas consecuencias. Es, afirman, “la lucha del pueblo bueno” contra “la siniestra conspiración de fuerzas corruptoras”. No hay otra verdad admisible ni lugar para quienes, por los motivos que sean, creen que “el bien de todos” es un logro colectivo y laico, nunca atribución de un partido político.

Mucho me temo que estamos condenados a permanecer indefinidamente como convidados de piedra a la más trepidante manifestación de inoperancia y terquedades que ha convertido al país en una caja china de infortunios.

Al igual que millones de capitalinos me involucré a la fuerza en el plantón, pues la inmobiliaria donde gestioné (en mala hora) la renta de un departamento en pleno centro está en Mariano Escobedo, a dos calles de Reforma. El dos de agosto recibí las llaves y recorrí por primera vez buena parte de la vialidad ocupada por los perredistas. Al llegar a lo que sería mi nuevo domicilio, en la esquina de Independencia y Luis Moya, me detuve a observar el funcionamiento de una grúa de construcción en un enorme terreno a media calle de avenida Juárez, ocupada desde muy temprano por los plantonistas. De inmediato recordé los campamentos de damnificados del terremoto de 1985.

SONRÍE, YA GANAMOS
Lo que más asombra es la inercia en el plantón en contraste con la eficiente brigada de barrenderos del gobierno local. Semejante servicio es un privilegio que pocos ciudadanos gozan. Como en sesiones a la Pare de Sufrir, se repiten las mismas arengas, insultos contra el enemigo y argumentos en favor del voto por voto, casilla por casilla. Hay micrófono abierto para quienes desean reiterar su fervor al Peje, sesiones de yoga y pláticas de autoayuda. En la glorieta de El Ángel, el campamento del Movimiento Democrático Nacional anuncia en un cartel: “Movimiento x el bien de todos con una visión cósmica, la mujer dormida está dando a luz. Domingo 13 de agosto, ponente: Gustavo Cristóbal Seol”. Ahí mismo, mexicanistas con penacho hacen limpias y soplan caracoles para invocar a lo que debe ser un Quetzaljipi a través de un sofisticado equipo de sonido.

Algo similar ocurre por toda la zona ocupada. Panfletos, volantes partidistas y monitores de televisión repiten el video del canal 2 de Julio sobre el fraude electoral de 1988. Pero sin duda el taquillazo del plantón en permanencia voluntaria es la película de Luis Mandoki: Quién es el señor López. A estas alturas no creo que haya nadie que no lo sepa. Bajo los toldos se aprecia una nutrida audiencia que mira arrobada en las pantallas la lucha entre el bien y el mal. Freud diría que es el consentimiento pasivo de quien busca un padre transfigurado. Ya lo escribió Mariano Azuela refiriéndose a El Zarco, de Altamirano: “¿Esos monstruos no pertenecen acaso a la clase abnegada y sufrida, a esa carne de cañón que tan bello material da a nuestros oradores cívicos?”

Pareciera un homenaje a Ismael Rodríguez. Entre nosotros los pobres abundan las Chorreadas, las Chachitas, las Guayabas, las Tostadas y los Camellitos unidos en su fervor a Peje el Toro. “Andrés López Obrador no tiene tentación de un roboooo”, reproducen a todas horas los altavoces, principalmente de avenida Juárez al Zócalo. El arreglo interpretado por Eugenia León encabeza el top ten del revival folclorista.

Abunda la vendimia. El Peje, sacralizado o chespiriteado en un logo fusilado al Chapulín Colorado, se vende en playeras, tazas, llaveros, muñecos, videos; acapara carteles donde enfrenta a sus enemigos acérrimos. “Lo que necesita el país es un presidente con autoridad moral y política para iniciar la transformación de México”. No hace falta decir a quién alude esta frase. Ni enardecida ni apagada, su grey deja pasar las horas mientras llega el momento de recibir a su rayo de esperanza en la homilía de las 7 pm, en el Zócalo.

Los niños del plantón no tienen de otra más que pasar sus vacaciones de verano jugando cascaritas de futbol rápido en canchas improvisadas, trepados en juegos de feria o aprendiendo manualidades. Por si a alguien le interesa, en el campamento de Marcelo Ebrard, a la altura de la Diana, ofrecen un taller de matemáticas electorales. Los plantonistas están dispuestos a ofrendarse en sacrificio, impelidos por un ingenuo culto a su héroe, por seguir a quien el campamento del Consejo Popular Cívico de Iztapalapa nombra en una gran pancarta: “amlo, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de México”.

—Andrés Manuel es un figurón, no hay quien lo doble— afirma en el Zócalo un creyente al término de la asamblea anterior al dictamen del Trife. Una tromba y un temblor parecen presagiar malos tiempos para la causa, pese a que luego del chubasco el sábado cinco de agosto el cielo se abrió como para preparar, bajo un tibio atardecer de cielo azul, la aparición puntual del Mesías. “A ese hombre lo siguen los probes como a un dios porque a su sombra despierta el descontento de los de abajo y nace el miedo de los encumbrados”. Así define a Zapata un personaje de La negra angustias, de Francisco Rojas González.

Ricos y pobres siendo profundamente religiosos apelan a santos diferentes para dirimir sus antagonismos. Cada uno a su modo apoya su cruzada hasta la ignominia. En un “cine popular” instalado casi al final de Madero se proyecta una película sobre el Arca de Noé (palomitas gratis). Compactas hordas de ingobernables se enorgullecen de su resistencia pacífica pero bravera. De pronto brotan los bostezos. El tedio también juega su papel. Sorprende la venta de libros de la editorial Progreso: Marx, Engels, Lenin, Mao, Zapata, Villa. Desfilan menesterosos e indigentes atraídos por el plantón y sobre todo individuos de ambos sexos cuya obesidad parece desmentir que somos un pueblo hambreado.

LA TERRAZA COMO BARRICADA
Contacté a Alejandra Fraustro, coordinadora de actividades culturales del plantón. El jodido a todas va y supuse que de algo me habría de servir. Había pasado algunas horas deambulando entre los comedores comunales gratuitos y algunos establecimientos cercanos a Madero y el Zócalo. La afluencia de parroquianos en cantinas y restaurantes era bastante nutrida. Resultaría complicado explicar la radicalización del conflicto a partir del hambre y el desempleo, pues siendo un país de mayoría pobre, la ciudad está repleta de tripones. Atribuiría a nuestra alimentación el desquiciamiento generalizado. Es un factor de desequilibrios emocionales y terribles transformaciones corporales radicales. Las bebidas azucaradas, las fritangas y maruchanes, entre otras delicatessen de bajo perfil, están cobrando su impuesto a la salud del pueblo, por más que abunde el maíz como materia prima de su dieta.

Ese mismo día, en el templete del Zócalo, uno de los animadores de las tandas musicales convocó a la feligresía reunida a construir campamentos de ladrillo en caso de que el Trife, en su resolución del día siguiente, no aceptara el recuento de voto por voto, casilla por casilla. Llamaron mi atención dos imponentes grúas japonesas que desde el inició del plantón sostienen en lo alto el equipo de sonido. Una visión dantesca del socialismo real: Conjunto Habitacional Amlo. Edificio Lenin, Edificio Mao, Edificio Jesusa, etcétera.

Me reuní con Alejandra Fraustro en la terraza del restaurante Las Sirenas, atrás de catedral. Mientras me informaba de las actividades y propuestas de los artistas simpatizantes, ocuparon la mesa contigua Jesusa Rodríguez, Isela Vega y tres mujeres más que no reconocí. Poco después se nos unió Daniel Giménez Cacho, que de inmediato pidió una michelada y una botana de chicharrón con guacamole. Traté de recordar alguna de sus películas. Es un gran actor pese a mi mala memoria.

Hasta el agradable refugio de cantera, sombrillas, meseros solícitos y gastronomía típica subían los ecos del tráfago callejero. Arden las calles y los pobres encorajinados están decididos a faltarle al respeto a quien sea, pero no aquí, pensé. Mi contacto puso sobre la mesa dos celulares que no paraban de sonar. De pronto habló con alguien en italiano. Giménez Cacho, acalorado, daba sorbos a su bebida.

No encontré mucho qué preguntar en un ambiente que no admitía suspicacias. Le propuse al actor hacerle llegar una de mis novelas: “Quizá te interesaría hacer un monólogo”, dije para tantearlo luego de hacer una torpe sinopsis debido a mi asoleada y a las ganas de una cerveza, pero en otra parte, al alcance de mi contestatario bolsillo. “Sí, cómo no, házmelo llegar con Alejandra”, respondió Giménez Cacho, condescendiente. Nuestros vecinos de mesa departían alegres mientras brindaban con tequila. Alejandra Fraustro se comprometió a proporcionarme un calendario de actividades culturales, que luego agradecí que jamás llegara a mis manos. Ya con su botana, el actor le pidió al mesero llevarla con sus amigas, me dio la mano y cambio de mesa. Isela Vega lucía jovial. Era una regresión viviente de mis pintas de secundaria en cines de piojito con programa doble de encueres. No dudé de su identificación con el pueblo.

Me despedí de Alejandra y del mesero, que seguía esperando que pidiera algo de la carta. En la cantina El Nivel, a un costado de Palacio Nacional, me dieron una botana digna de los comedores del plantón: sardina en aceite con galletas, carne de cerdo en salsa verde y muchas tortillas. Al regresar al Zócalo de camino a casa me topé con un veterano de la revolución interrumpida.

EL SEÑOR DE LOS DESPOJADOS
Es un ejemplo del México rural, pobre, predominantemente indígena, anclado en la agricultura de autoconsumo, con carencias no paliadas de todo tipo. Sostiene una lucha contra el México que se pretende moderno, urbano, integrado a la globalización, con prosperidad primermundista. En su actitud no hay indicios de miedo o desfallecimiento; está más que resuelto a morir en la raya sin amargura ni malicia. De 78 años de edad, Eleazar Ordóñez es ejidatario de San José Corral Blanco en Chinahuapa, Puebla, donde nació. Cuenta que un cacique lo despojó de casi toda una parcela que heredó en 1936. No sabe cuánta tierra perdió “pero fue mucha, más que esto”, y señala en círculo a la plancha del Zócalo. Para evitar la pérdida total de su propiedad se instaló ahí, muy cerca de una presilla que asegura haber construido él mismo. Su esposa murió hace 40 años. Tiene dos hijos casados. Viven en Iztapaluca, uno enfermo de diabetes, el otro, trailero, viaja mucho y casi no lo ve.

Don Eleazar nunca dio su tierra a trabajar pese a que perdió el brazo izquierdo hace 15 años: uno de sus nietos caminaba delante de él en la parcela, sostenía la escopeta del abuelo y tropezó; al girar en la caída se le fueron dos tiros. Vino por primera vez a la capital semanas después de las elecciones del 2000, pidió audiencia en los Pinos y como Fox no lo recibió se plantó junto al asta bandera del Zócalo, de donde fue desalojado. Dormía en los portales, en las bodegas de Salto del Agua o de la calle del Carmen, atrás de Catedral. Poco antes del desafuero, un policía lo llamó para que hablara con amlo, quien le dijo que no podía hacer nada por él, pues era Fox a quien correspondía ayudarlo. “Al despedirse amlo me dio sus cinco dedos en el saludo y se portó muy amable. Es una buena persona”.

Las mantas sombrean su miserable campamento frente al ala oriente de Palacio Nacional. Permanece ahí desde el 22 de diciembre de 2005. Compró una lona en La Merced y organizaciones campesinas, también en plantón, le regalaron vigas de madera y le montaron un campamento que el viento destrozó. De nuevo con ayuda armó otra covacha que ahora acorrala un centro de acopio, el cen del PRD y el inmenso campamento del Partido Comunista Mexicano.

La Navidad de aquel año la pasó solo: “No había nadie aquí y me fui a caminar. Terminé metido en la Catedral hasta que cerraron después de la última misa”. Desde entonces se sostiene de limosnas que recibe en un bote de las Chivas y almacenando en su tienda mercancías de vendedores ambulantes que le pagan entre 45 y 60 pesos diarios y le regalan cigarros sueltos. Comía por quince pesos en las fondas detrás de Catedral, pero al dar inicio el plantón acudió a los comedores gratuitos, aunque con tanta gente ya no quiere alejarse mucho de su “changarro” porque le robaron una mochila nueva con su ropa. Andrajoso y metido casi siempre en su campamento maloliente de espaldas a la entrada, no posee más que una colchoneta donada por una cadena humana de egresados del Politécnico.

No para de escribir cartas al presidente Fox con copia a la Procuraduría Agraria, a la atención de Isaías Rivera Rodríguez. En la dependencia de gobierno ya no lo quieren atender, según don Eleazar le dicen que perdió la razón pues quienes lo despojaron de sus tierras han presentado títulos de propiedad que además comprueban la construcción de la presa, que costó dos millones de pesos. En sus misivas relata un saqueo a su casa y el robo de 30 borregos. En su pueblo levantó una denuncia por lo primero que nunca prosperó, de lo segundo “no me quedaron ganas, de todos modos ni aquí ni allá me hacen caso”.

Asegura que el plantón perredista no le ha beneficiado, “si acaso por la colchoneta que usté consiguió”. Cree que a él y a López Obrador les han hecho lo mismo: “Los poderosos siempre actúan igual, es como jugar con lumbre”. Un sujeto cuyo nombre no recuerda hace poco le ofreció ayuda legal, pero la rechazó: “Todo es pura corrupción”. Al preguntarle por qué no aprovecha la presencia de amlo en el plantón, argumenta que no sabe cómo pedir su ayuda: “Apenas sé darme a entender, no me acuerdo de muchas cosas y la verdad ya todo me da igual”.

Sin embargo, piensa quedarse en el Zócalo hasta que lo reciba el presidente, pero si después del cambio de gobierno no lo logra regresará a su casa, buscará quien la limpie y seguirá trabajando.

LA MADRE DE TODOS LOS PLANTONES
En “Acerca de la pendenciera e indisciplinada vida de los léperos capitalinos” (Conaculta, 2001), Ana María Prieto Hernández señala que en los países de industrialización tardía y subordinada, como el nuestro, la conformación de una masa de desempleados que viven en condiciones extremas de empobrecimiento y la proliferación de un sinnúmero de actividades económicas escasamente productivas mediante las cuales esta población obtiene los medios de subsistencia adquiere características particulares y magnitudes desproporcionadas.

El domingo 13 de agosto, durante la acostumbrada asamblea en el Zócalo, miembros del Campamento 2 de octubre distribuyeron carteles con la imagen de la Virgen de Guadalupe sobre un fondo tricolor y la leyenda “La Madre de todos los Plantones”. En el margen inferior izquierdo se representa una urna en el momento de recibir un voto con las iniciales amlo.

López Obrador asegura que su causa está preparada para resistir “el tiempo que sea necesario, podríamos estar aquí por años, si así lo ameritan las circunstancias”. Al parecer la amenaza de construir campamentos de ladrillo va en serio. “Disculpe las molestias, estamos construyendo la democracia”.

¿Habremos de acostumbrarnos a los plantones y sus franquicias en todo el país? Yo creo que sí. A todos nos sale cara la desesperación, de eso no queda duda.

COLOFÓN
A cuatro años de haber escrito esta crónica (inédita debido a que el editor que me la encargó consideró que afectaba los intereses de algunos caudillos del “pueblo bueno”, amigos suyos), sigo topándome con don Eleazar en las calles del centro. Ha levantado su campamento en el Zócalo y ya no trae su cartel con peticiones de ayuda. Ahora sólo mira, plantado como uno más en las jardineras de alguno de los corredores peatonales, la actividad callejera en el Centro Histórico cada vez más elitista, amenizada por estatuas vivientes y decenas más de pedigüeños, artistas y vendedores callejeros. No creo que haya perdido la esperanza: su lucha tiene sentido donde todos nos sentimos despojados.

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