miércoles, octubre 06, 2010

El Freak show del Bicentenario (publicado en El Universal 16 de septiembre de 2010)

Una inquietud derivada del sentido común, volvió recurrente una pregunta previa al festejo Bicentenario: ¿se podrá transitar sin mayores apremios por Reforma, avenida Juárez y el Zócalo y sus calles aledañas los días 15 y 16? Y no es que yo sea agorero de los desastres, pero es imposible no atribularse por mi derecho al libre tránsito luego de una semana entera de presenciar embudos viales y toda clase de arbitrariedades de parte de automovilistas, peatones y vendedores callejeros quienes, a como dé lugar, se apoderan tenazmente de todo espacio transitable. Esto es solapado en buena medida por la instalación de andamios y templetes con pantallas digitales panorámicas, cierre de vialidades y prácticas marciales de nutridos y bien armados regimientos policiacos y militares, de apoyo vial y médico, que se aprestan a contener a la marabunta humana que amenaza con invadir el primer cuadro de la ciudad y sus alrededores.
Como un mal presagio de lo que nos esperaba a otros tantos miles de ciudadanos hartos de tanta banderita tricolor y de cuadernillos con monografías de nuestros próceres enviadas por correo, durante la tarde y noche del domingo 12, sufrí en mi domicilio de Bucareli varios apagones que me hicieron sospechar si no se debieron a las pruebas de luz y sonido de potentes generadores de energía en la zona de festejos.
Desde el lunes 13, recorro Bucareli, avenida Juárez, Madero o cinco de Mayo en dirección al Zócalo. Sólo pretendo darme una idea del pandemonio que se avecina para quienes sin importar las consecuencias a su bolsillo y a su integridad física y mental, han decidido volcarse sobre el maratónico jolgorio.
De ahí en adelante una utopía revanchista me obsesionó no sin una risilla a “la Barbie”: este pueblo tan sufrido como crédulo, renuncia a seguirle el juego a los organizadores del festejo y como una muestra de dignidad (tan en desuso en nuestros días) decide quedarse en casa y dejar vestidos y alborotados a quienes con pompa desmedida convocan a festejar a los héroes que nos dieron patria. De todos modos, los mismos organizadores, a través de todos los medios disponibles y quizá por temor al ímpetu desbordado de las masas, el mero día salieron con que los desfiles, conciertos y espectáculo de luz y sonido en el Zócalo se apreciarían mejor por televisión.
A las 12:30 pm del día 15 me sitúo en el epicentro del jolgorio: el Zócalo. Lo que salta a la vista prevalecerá: mexicanos y mexicanas de todas las clases sociales se congregan civilizadamente (algo insólito en esta ciudad) en torno a una verbena que alimenta su brumosa noción de “identidad nacional”. Es algo así como una tregua que el populacho ha pactado consigo mismo para dejar de lado, al menos por un día, sus diferencias. 
Cada estación lluviosa, las interminables y malhechas obras viales y los innumerables plantones y marchas que azotan casi a diario a los capitalinos, amenazan con desbaratar por completo la ya de por sí fracturada actividad de esta ciudad. Así las cosas, los preparativos de los festejos del bicentenario sólo aderezaron con su fasto lo que ya de suyo es el eterno dolor de cabeza de los habitantes de la ciudad de México: el caos como norma de convivencia.
El populacho es la materia prima del poder para construir una memoria colectiva, una imagen y la historia de una nación. Los millonarios festejos, en resumidas cuentas, apelan más a un lugar (el Zócalo, centro de los poderes gubernamentales federales y locales) y a un contexto para que la identidad histórica y las tradiciones no se vean nubladas por una sucesión de errores para conducir los destinos de esta vapuleada nación.
A las 7 pm Reforma, avenida Juárez, la Alameda y la plancha del Zócalo se han convertido en un claustrofóbico nudo peatonal y tianguis variopinto donde sobresalen las botargas de Bob Esponja, predicadores mormones que invitan a pensar en la muerte, familias tiradas en el piso jugando cartas en lo que esperan el show principal, chamanes y curanderos jipitecas que elevan sus plegarias apestosas a copal Ometeo dale fuerza a la juventud.
El fervor predomina en los puntos de vista tanto de los críticos más acérrimos de los festejos, como de su máximo defensor, Alonso Lujambio, secretario de Educación Pública. Asume toda la responsabilidad, y no es para menos, alguien tiene que sacar la cara por el supuesto costo final de las celebraciones, por lo menos 2 mil 900 millones de pesos. En lo particular me parece que el linaje del festejo se remonta a “México Magia y Encuentro”, aquél programa dominical de variedades por televisión producido y conducido por otro prócer de la educación de masas: Raúl Velasco. Folclor, bellezas naturales inalcanzables para la mayoría de los mexicanos salpicadas de heroica historia oficialista, desbordan espectacularidad que poco o nada ayuda a reflexionar sobre nuestro pasado y en lo que debimos haber aprendido.
El programa de actividades de este 2010 no varía en mucho de aquel de 1910 que incluía discursos, ceremonias conmemorativas a los héroes de la independencia, exposiciones, desfiles y toda suerte de espectáculos. De cualquier modo, visto en retrospectiva, el dictador oaxaqueño tuvo una visión de estadista que lo hizo mucho más generoso para alagar a su castigado pueblo. Hoy ni siquiera fueron terminadas las obras viales en la calle de Madero.
Pero no he de ser yo quien contribuya a amargar el histórico momento. No importa cuantos seamos los que hastiados de tanta vacua propaganda triunfalista, alcemos la voz contra unos festejos emparentados con la Iniciativa México y las sempiternas derrotas de la selección nacional de futbol, que justo en este año bicentenario, con el hidalgo Aguirre como máximo comandante, hizo uno de sus ridículos más sonados en copas del Mundo. “El síndrome del niño Andrecito” que en 2006 cerró Reforma y los accesos viales al Zócalo con un plantón del “pueblo bueno”, parece revivir hoy como una mala broma de la tan cuestionada gobernabilidad de este país.
Al caer la tarde los restaurantes y bares de los alrededores de la plaza principal están al tope. No recuerdo haber visto antes semejante despliegue de seguridad. Hay retenes por todas partes y los más importantes tienen incluso detector de metales. Sin embargo, nadie puede negarle a los organizadores su éxito absoluto en cuanto a acarreo y derroche escenográfico para nutrir la amnesia colectiva que al menos hoy, parece ajena el baño de sangre en todo el país, el desempleo galopante y demás tragedias que han pasado a ser exabruptos de lo cotidiano.
Son las 8:00 pm y no hay ni para donde moverse. El espeluznante chillido de cornetas y silbatos marca paso de la plebe disfrazada de sí misma con sombrerotes, mostachos y pelucas tricolores. Enferma de obesidad, diabetes y quien sabe qué más, se atiborra de fritangas y chucherías. Aunque parezca perogrullada, me parece increíble que la multitud no pare de reír y de gritar pese al hacinamiento bien controlado por las fuerzas del orden. Basura y más basura por todas partes como confeti de nuestro presente. Se calculan 250 toneladas de desperdicios que serán recogidos por un regimiento de trabajadores de limpieza. Pero qué mas da si El alma vuela y revuela/en la gran celebración/La plaza se va llenando/Lo bueno está comenzando/Unidos por lo que viene/al son del Bicentenario/Shalalala
El remolino de entusiasmo nacionalista intimida al más escéptico y de momento, al iniciar el espectáculo de luz y sonido la multitud se desfoga en griteríos como si presenciara un concierto de rock. Todo parece indicar que no queda de otra más que creer que nacimos para cantar/nacimos para bailar/Nacimos en el lugar del cielito lindo shalalala
Yo por lo pronto, emprendo la retirada. Son las 9 pm y todo parece predecible. No tengo mucho qué celebrar. Si acaso, daré el Grito de alivio al llegar a casa ileso, exhausto, engentado y con algunos magullones. Apenas tengo tiempo de escribir esta crónica y la turba que goza desparpajada no necesita de mí porque
El futuro es milenario /ahí vamos paso a paso/ shalalala



1 comentario:

Iniciativa México dijo...

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