miércoles, octubre 06, 2010

¿Le deposito ocho millones? (publicado en la revista Día Siete no. 520

Quizá la imagen que mejor defina el futuro próximo, sea la de un hombre encerrado en un pabellón psiquiátrico debido a terribles delirios de persecución por amenazas, peligros u ofrecimientos de placer ilimitado surgidos de los mensajes spam que atiborran su correo electrónico. Vivimos en una época de crímenes insospechados y paranoias colectivas. El brillo astringente de una pantalla de computadora conectada a la Internet puede sumergirnos en  cualquier momento, en la más terrible pesadilla. 
El ciudadano promedio le tiene un gran apego a sus miedos, en los últimos años sobre todo, cuando provienen de un mundo virtual. Como bien diría J. G. Ballard, los tópicos preferidos de nuestra época son sexo y paranoia; ambos son la esencia del correo basura conocido como spam.
Durante las últimas semanas he dejado acumular en mi correo no deseado casi cuatrocientos mensajes spam, es decir basura que regularmente desecho todos los días pero que para los fines de este artículo conservé y abrí los que me parecieron más intrigantes. Sólo eliminé desde un principio aquellos provenientes de antros de moda y de escritores que desconozco y que por alguna razón insisten en llenarme de avisos  de sus aburridas presentaciones editoriales. 
Sobra decir que nada de lo que ofrece el correo spam me interesa y pocas veces me entero de su contenido, pues basta con abrir algunos de ellos para comprobar lo absurdo y ridículos que son pese a que a veces vienen acompañados de imágenes eróticas. De hecho, el twitter y el facebook me parece otro tipo de spam, sólo que autogenerado por el usuario ávido en términos generales, de una recompensa onanista que le permite sentirse parte de una comunidad o grupo con miles de “amigos” al instante a los que rara vez llega a tratar en persona. Yo por lo pronto, defiendo mi privacidad evitando el uso de estos artilugios de las comunicaciones virtuales, que amigos y conocidos utilizan para balconearse entre sí a la menor oportunidad. 
Estoy convencido que se debe tener una buena dosis de morbo y de ocio mal empleado para caer en la trampa del spam. Sólo así me explico la curiosidad enfermiza para abrir mensajes no solicitados enviados en cantidades astronómicas a receptores desconocidos. La chapucería del spam no representaría el menor riesgo si no hubiera millones de usuarios de internet dispuestos a ser estafados y perjudicados de diferente maneras, costosas muchas de ellas, bajo la ilusión de encontrar con tan sólo dar un clic al ratón soluciones mágicas a sus complejos y frustraciones, casi todas relacionadas con la autoestima y en menor grado, con las finanzas personales. Tan es así que la gran mayoría del correo spam concentra sus baterías en ofertas de medicamentos milagrosos para bajar de peso, aumentar la potencia sexual, alargar el pene o para iniciar contactos amistosos y eróticos. Esto sin contar las amenazas y la propagación de miedos tomando como excusa epidemias virales y un sin fin de catástrofes relacionadas con desórdenes climáticos o conflictos sociales. 
Para quienes todo lo anterior les tiene sin cuidado, abundan las ofertas de volverse millonario enviando el número de una cuenta de banco a la dirección de correo del emisor. Y créanlo  o no, hay quien cae en el engaño. El spam representa el 92 por ciento de todos los correos electrónicos a nivel mundial, por razones que me hacen pensar en un reacomodo inevitable del orden mundial, Brasil, Venezuela, Argentina y Colombia se encuentran entre los diez países, sólo por debajo de Estados Unidos, que producen casi el veinte por ciento de tal basura. Los mexicanos no debemos desesperar, pues como con tantos otros rubros negativos, no tardaremos en encabezar la lista. 
Sanford Wallace, conocido como “el rey del Spam” o “Spamford”, es el pirata informático más peligroso del mundo. Su apodo surgió en la empresa donde trabajaba este genio de la estafa cibernética, cuando fue acusado de ser el responsable del envío de 30 millones de correos basura diarios durante la década de 1os noventa. Según una noticia aparecida en el periódico El Universal el 31 de octubre de 2009, un tribunal californiano condenó a “Spamford” a pagar 711 millones de dólares a Facebook en un caso de utilización ilegal con fines de lucro de las cuentas de los usuarios de esa red social. Un juez federal de San Francisco consideró que Wallace había violado la ley con “ un flagrante desprecio” de los derechos de los usuarios de Facebook. La red social había demandado al pirata informático por enviar mensajes masivos indeseados a los usuarios con el fin de obtener sus datos de acceso a la cuenta o redirigirlos a las páginas web que pagaban a Wallace por cada visita. 
Facebook contabilizó alrededor de 14 millones de violaciones a su privacidad y exigió 7 mil millones de dólares como compensación por daños. Como podrá imaginar el lector, una suma de dinero como esa sólo la tiene alguien como Bill Gates, por lo que el espamtado “Spamford”, se declaró incapaz de pagar semejante cantidad, y de hecho fue juzgado y condenado en ausencia. 
Spamford ya había sido condenado en 2008 a pagar 230 millones a otra red social: MySpace, por el mismo delito y dos años antes fue penalizado con una multa de 4 millones de dólares por infectar computadoras con “spyware” (programas dedicados a espiar lo que hacen los usuarios). 
La indemnización obtenida por Facebook es la segunda más alta de la historia en denuncias penales contra el spam, luego de que en noviembre de 2008 Adam Guerbuez fuera condenado a abonar 873 millones de dólares a esa misma compañía por bombardear a sus miembros con contenido sexual explícito. 
Los niveles monstruosos a los que ha llegado este asunto han convertido el correo chatarra en un serio riesgo a la tranquilidad de las personas. Uno de los más siniestros fines que pueden tener los virus que acompañan el correo spam, es convertir cualquier computadora en un almacén de pornografía infantil sin que el propietario se dé cuenta.  Un giro enfermizo de la tecnología  que puede convertir a un cibernauta inocente en un criminal despreciable que ni siendo absuelto por un juez podrá reconstruir su reputación. Esto sin contar el dineral que le llevaría defender su honor. Según una investigación de la agencia de prensa AP, las víctimas pueden tener que gastar cientos de miles de dólares para demostrar su inocencia. Como ejemplo refiere a Michael Fiola, un exinvestigador del gobierno  de Massachussets a cargo de otorgar compensaciones para sus trabajadores. Fiola fue despedido y acusado de pornografía infantil. Un cargo que conlleva hasta cinco años de prisión. El hombre soportó amenazas de muerte, las llantas de su coche fueron acuchilladas y sus amigos se alejaron. Fiola acudió a los tribunales con su esposa y gasto 250 mil dólares en abogados. La pareja agotó los ahorros de toda su vida, sacaron una segundo hipoteca y vendieron su automóvil, pero finalmente ganó el juicio. Aquí es importante recordar que en países como México, los pederastas por convicción no tienen mucho de qué preocuparse, sobre todo cuando tienen dinero y poder que los cobije.
Vivimos asediados de emporios impenetrables. El comercio legal e ilegal vía Internet es uno de ellos. Está ligado a ese basto mundo del entretenimiento fácil que amolda nuestros gustos a su antojo. Es una tiranía en apariencia blanda pero con resultados desastrosos para quien se somete a ella.
En cualquier momento, unos 20 millones de los mil millones de computadoras conectadas a internet en todo el mundo, son infectadas por un virus que podría darles a los ciberintrusos control pleno sobre los aparatos y arruinar la vida de sus usuarios. Según el fabricante de programas de seguridad F Secure Corp., las computadoras a menudo son infectadas cuando el usuario abre un archivo anexo a un correo electrónico de un emisor desconocido, o visita una página contaminada en línea.   
El origen del monstruo 
Contrario a lo que pasa con la mayoría de los usuarios del correo electrónico, la palabra spam me trae gratos recuerdos. A mediados de la década de 1990, trabajé como indocumentado en una gasolinera de Greenwich, Connecticut, y SPAM era uno de mis alimentos chatarra preferidos, no por su sabor, sino por su presentación en lata “abre fácil”, digna de la iconografía pop más estridente. Este producto de aspecto  y consistencia parecidos al de la comida para mascotas, es quizá el abuelo de los alimentos chatarra que hoy se consumen en todo el mundo. De acuerdo con la escritora Marguerite Patten en Spam, The Cookbook, desde 1937 lo elabora la empresa  Hormel Foods Corporation en Austin, Minnesota, ciudad conocida también como: Spam Town. El origen del nombre surgió en sus primeros años, cuando este alimento no lograba introducirse en el mal gusto del consumidor estadounidense. En aquél entonces se llamaba Hormel Spiced Ham, y la empresa decidió acortar el nombre con el propósito de hacerlo fácilmente identificable al posible comprador. Spam significa finalmente Shoulder of Pork And haM ("Hombro de Cerdo y Jamón"), pero oficialmente se reconoce como una abreviación de "SPiced hAM" (“jamón condimentado”).
Ligado estrechamente a la cultura popular de Estados Unidos, este alimento tiene una bien ganada fama negativa que heredo junto con el nombre, al tirano de la chatarra del mundo virtual. Los ingredientes básicos de sus distintas variedades son carne de cerdo procedente del jamón, sal, agua, azúcar, y nitrito de sodio. Existen otras variedades de Spam como el Spam Lite que contiene una mezcla de cerdo y pollo, y otra que contiene sólo pavo asado lo cual lo convierte en halal, es decir, no prohibido por el Islam. 
El SPAM alimentó a los soldados soviéticos y británicos durante la Segunda Guerra Mundial, y desde 1957 fue comercializado en todo el mundo. En los años 60 se hizo aún más popular gracias a su innovadora anilla de apertura automática, que ahorraba al consumidor el uso de abrelatas. A diferencia de su nefasto nieto, cibernético, el SPAM de cerdo ni de lejos engaña ofreciendo potencia sexual, curaciones mágicas ni riqueza inmediata. SPAM es un producto con ese sabor a nostalgia por los viejos tiempos, y si bien su consumo es tan dañino para la salud como caer en las chapuzas de su equivalente virtual, al menos a millones de consumidores en todo el mundo les deja un grato sabor de boca y los  hace pasar por alto los riesgos de consumir alimentos chatarra. Gracias a éstos podemos permanecer pegados a la computadora atiborrándonos de más de lo mismo pero en su modalidad virtual.

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