Es muy probable que después de leer el epistolario de Hunter S. Thompson muy pocos duden que es el escritor de la contracultura más importante y radical. Su activismo político irreverente descabellado corría a alta velocidad por la autopista de los excesos con todos los riesgos de vivir al límite. Su copiosa correspondencia El escritor gonzo, cartas de aprendizaje y madurez (Anagrama 2012) no sólo nos abre el mundo íntimo y muy personal que sobre todo en las madrugadas, luego de escribir sus piezas periodísticas y corregir obsesivamente sus dos únicas novelas (Prince Jelly fish, y El diario del ron, Anagrama 2002) escribía cartas a sus amigos, a sus editores, a otros escritores que él respetaba e impugnaba a la menor oportunidad como Nelson Algren, Norman Mailer, Anthony Burgess, Tom Wolfe, Kurt Vonnegut y William Kennedy, con éste último tuvo una larga y afectuosa amistad sobre todo epistolar que duró hasta la muerte de Thompson en 2005, en su rancho de Aspen, Colorado, al darse un tiro en la cabeza con una escopeta.
Entre otros muchos ejercicios de estilo (relatos cortos, sketches
humorísticos, un lúcido manual de periodismo) las cartas además son un
manifiesto de su postura política anarquista que hizo llegar entre otros
políticos republicanos al presidente Lyndon Johnson para mostrarle su oposición
a la guerra en Vietnam, o al gobernador Jimmy Carter, mostrándole simpatía. A
todo aquel que se cruzó en su camino (cientos de personas que incluían familia,
editores, lectores, el líder de los Hells Angels, jefes de la policía y una
larga lista más de personajes variopintos), Thompson le descargó sin cortapisas
y un ingenio diabólico lo que vivía y pensaba.
En conjunto, esta antología de cartas es un testimonio de vida de un
escritor turbulento y genial, de un activista incansable en pro de las
libertades civiles, la despenalización de las drogas, contra la guerra de
Vietnam y contra el poder republicano que acaparó la política de su país
durante casi dos décadas. Thompson puso de cabeza al mundo editorial de su
tiempo a través de su extensa obra que desafió las convenciones del periodismo de
masas y de aquel considerado como underground.
Las cartas, llenas de arrogancia e insolencia pero también de una profunda
honestidad y siempre divertidas, son una suerte de autobiografía de un escritor
joven, ambicioso y muy consciente de su talento en lucha permanente por llegar
el éxito sin dar su brazo a torcer. Escribía correspondencia a destajo y
siempre ponía papel carbón para tener copia, pues esperaba que algún día se
publicaría: “eran días anteriores a las fotocopiadoras… y yo tenía un carácter
anal que lo guardaba todo.”
Despreciado, odiado y calumniado, temido por su afán polémico y su
sentido crítico, pero también querido por quienes lo conocieron a fondo, sus
cartas funcionan como cronología de quien al paso del tiempo se convertiría en
un modelo de periodista de investigación social, de opinión política, bardo de
la marginalidad e icono mediático en pleno auge del movimiento beat, del que se consideraba parte. El
estilo del epistolario de alrededor de doscientas cincuenta cartas es el de
alguien que se ejercita continuamente en su oficio con un explosivo sentido del
humor, que en sí mismo es un ejemplo de crónica y ficción cortas llenas de vueltas
de tuerca impredecibles. Un duro entrenamiento para lo que Thompson consideraba
“su gran obra”, es decir, escribir novelas, que finalmente derivó en una vasta
miscelánea de narraciones delirantes pero que crearon un estilo de narrar único.
De su copioso anecdotario que en sí mismo parece el guión de una película
o una novela al estilo del cinema verité, William Kennedy, editor en 1959 del San Juan Star, en Puerto Rico, y
quien en 1993 ganaría el premio Pulitzer por su magistral novela Tallo de hierro, narra el inicio de su
amistad con Thompson, cuando éste responde a una oferta de trabajo en el
periódico. A pesar de su mala reputación que él mismo se encargaba de propagar
a la menor oportunidad, lo aceptaron. Cinco meses después Hunter “estaba en la
miseria, la policía lo había molido a palos y metido entre rejas por alteración
del orden público y resistencia a la autoridad, se vio obligado a beber agua de
lluvia y fue devorado por las pulgas de mar, y como cabía la posibilidad de que
lo condenaran a un año de cárcel,, huyó de Puerto Rico en un bote de vela”. Un
acercamiento a los inicios como reportero de Thompson y sus andanzas en aquel país aparece en su novela Los diarios del ron (Anagrama 1998),
llevada al cine por Bruce Robinson y un deslavado Johnny Depp personificando al
creador del periodismo gonzo. Como el mismo Kennedy señala en el prefacio de El escritor gonzo “cuando alguien se cruza
con Thompson ocurren cosas extrañas… en las cartas acecha la profecía, la del
porvenir de Hunter en cuanto estilista magistral de la prosa americana y la
ficción periodística, y la del estilo de vida del que tanto provecho ha sacado:
creando caos para minar los planes que más lo tentaban, coqueteando con la
autodestrucción para llegar al éxito, manteniendo un diálogo simbiótico con la
desesperación desenfadada y soportando la plaquería de bronce y otros rechazos
gracias a la Retórica del Vengador…”
Si alguien pone en duda la posibilidad de que la voluntad, paciencia,
compromiso e intuición puedan convivir con toda clase de excesos, Thompson es
un ejemplo de reconocimiento masivo de lectores y círculos especializados por
la calidad de su obra, honestidad e integridad profesional. Vio su vida como
una bacanal donde el éxito estaba invitado. Su primer libro, Los ángeles del infierno (una extraña y
temible zaga), publicado originalmente en 1966 (Anagrama 2009), lo
convierte en el periodista más arriesgado e iconoclasta de que se tenga
registro.
Una de sus cartas resume su ars
narrativa y el por qué éstas son una catarsis: “…Y supongo que ése es uno de
los auténticos objetivos de escribir, exponer las cosas (o la vida) tal como son y por ese camino descubrir
la verdad que hay en el caos… Pues las palabras sólo son instrumentos y si se
usan los indicados, entonces podemos poner en orden incluso nuestra vida, si es
que no nos mentimos empleando las palabras que no proceden. Supongo que por eso
escribo tantas cartas, porque es el único medio –aparte de ponerme en serio a
escribir ficción- de ver la vida objetivamente.”
La correspondencia cubre un período de la vida de Thompson que va de 1955
a 1976. Están comentadas por sus editores y amigos y por el mismo Thompson. Según
el editor, Douglas Brinkley, por cada carta seleccionada hubo que dejar fuera
otras quince. Esto nos da una idea de la grafomanía desaforada y la tenacidad
de quien a través de su correspondencia de veinte años escribió una crónica
desparpajada y poco convencional de la vida en Estados Unidos. En palabras de
Brinkley “El conjunto de su obra fue un justificado desprecio por una cultura
de consumo consentida y disfuncional.” Sumado a su obra de ficción, periodismo
y a las cientos de fotografías que tomó a lo largo de su vida (Thompson solía
proponer sus artículos con fotos que él mismo tomaba) su correspondencia es
vital para entender la historia del periodismo contemporáneo y del nacimiento
de la contracultura estadounidense.
Thompson fue fiel a su estilo de vida y escritura hasta el fin de sus
días. Admiraba a Jack London, George Orwell (quien sería su mayor influencia en
el tono de abordar los temas de su periodismo), John Dos Passos, Ernest
Hemingway, William Faulkner y Scott Fitzgerald, de quienes reprodujo a máquina
en su etapa formativa novelas como El
gran Gatsby y Adiós a las Armas.
La gran paradoja de la crítica de Thompson al Sistema, es que su actitud
de rebelde defensor a muerte de su independencia, y prángana siempre en
aprietos financieros, dependía de una poderosa industria cultural que aún sin
proponérselo hacía posible la existencia de publicaciones y escritores con
posturas radicales y anti stablishment,
unas y otros podían autofinanciarse gracias a la publicidad, suscripciones y
respetables cantidades de lectores, y ofrecer buena paga a sus colaboradores.
Otro factor es el excelente servicio de correo, sin el cual los esfuerzos de
Thompson hubieran sido inútiles.
Habría que insistir en su corrosivo sentido del humor y en sus juicios
implacables a editores y publicaciones como A. H. Lawrence Lack, del semanario underground Los Angeles Free Press, que publicó una crítica sobre Los ángeles del infierno: “Esa reseña estaba más podrida que
cualquier cosa que haya podido concebir la revista Time. Toda idea de ´prensa underground´ se basa en la confianza que
se establece entre las publicaciones y las personas que la compran… y ustedes
defraudan esa confianza cuando publican mentiras descaradas. La prensa
únderground´ sólo cuenta con una ventaja fundamental sobre la prensa
establecida, y es la libertad de publicar cualquier cosa que los directores consideren
verdaderas e importantes, a pesar de las posibles consecuencias”.
En la misma carta, expone su concepto del underground: “la función básica de lo underground es reventar las chorradas de lo establecido. Pero
cuando el underground empieza a
publicar basura tendenciosa tan obvia que avergonzaría a un currinche de Omaha,
¿qué hacemos entonces? Podría enviar una larga réplica, pero no me siento con
ganas en este momento y, además, hay cagadas que huelen por sí solas.” Más
adelante, refiriéndose al reseñista de su libro, define así lo que podría
aplicarse hasta nuestros días a ciertos críticos y no sólo a los underground: “el típico producto que
elaboran muchos cagatintas de mala muerte y se nota porque acumula palabras y
desvaríos biliosos para no decir nada concreto. Cuesta juzgar esta clase de
sandeces, salvo que uno se ponga a su nivel, que es el de las pistolas de
fabricación casera y las navajas automáticas.”
Lejos de cansar la lectura de 502 páginas de febril correspondencia, su acertada
selección parece la novela de iniciación inconclusa de un terrorista con un
sentido del humor corrosivo. No hay en todo el volumen indicios de fatiga
creativa de un escritor en su mejor momento como explorador y aprendiz del
oficio de escribir sin concesiones o imposturas.
Quizá uno de los momentos más electrizantes del libro es cuando la
mitomanía exaltada y genial de Thompson, digna de un profesional de la
provocación le confiesa a su editor Jim Silberman de Random House, que su obra
cumbre publicada originalmente en 1971 Fear
and loathing in Las Vegas (Miedo y
asco en Las Vegas, Anagrama 1971), no había sido escrita hasta el tope de
drogas y alcohol, y que más bien había sido una estrategia para que la
publicaran primeramente por entregas en la ya entonces prestigiosa revista Rolling Stone: “…fue una tentativa deliberada de simular un colocón; simular una cosa así siempre es difícil, pero al repasar el texto lo encuentro
deprimentemente cerca de la verdad que quería recrear… Porque mi idea era escribir
un artículo que contara lo que era realizar un encargo de una revista con la
cabeza a tope de drogas. Yo no inventé nada, pero en algunos momentos apliqué a
la realidad que tenía delante situaciones & sensaciones que recordaba de
otras movidas. Incluso podría afirmar que lo hice recurriendo conscientemente a
la mitificada rememoración con ácido y /o mecanismo de flashback.´ “
La correspondencia titulada en su segunda parte Miedo y asco en América, abarca de 1968 a 1976, ocho frenéticos años
en los que Thompson alcanzó la cumbre de su capacidad literaria. Tiene una
introducción del periodista David Halbertsman y una nota del editor Douglas
Brinkley. Halbertsman reflexiona sobre el periodismo de su país que bien podría
aplicarse al del México de hoy: “sospecho que sus verdades (de Thompson) tiene
una dimensión mayor que las nuestras y le permiten ser un representante del
estilo gonzo con una gran repercusión entre los que no lo cultivan. Ha
contribuido a llenar un vacío en el mundo del periodismo. Pues en la
Norteamérica actual el periodismo escrito está en clara decadencia, es mucho
más insustancial que hace treinta y cinco años, y el periodismo televisual
suele ser una caricatura de sí mismo.”
Por su parte, Brinkley es claro al definir qué es el periodismo gonzo:
“Como forma pura de arte literario, el gonzo exige que no haya corrección del
texto: el reportero y su búsqueda de información son fundamentales para el
artículo, que se cuenta mediante la fusión de realidad en bruto y fantasía desbocada con intención de
divertir tanto al autor como al lector. Flujo de conciencia, fragmentos,
transcripción de entrevistas, conversaciones telefónicas, tales son los
elementos de un texto de periodismo gonzo agresivamente subjetivo.” Esto
explica por qué es impracticable en las circunstancias normales del periodismo
canónico.
Cuando Jim Silberman le escribe una
carta a Thompson preguntándole si su escritura es periodismo o ficción, recibe
una larga respuesta fechada en junio de 1971 de la que reproducimos algunos
pasajes: “En circunstancias normales, no sería necesario que un escritor
explicara cómo debería leerse su obra. En teoría, toda literatura & incluso
el periodismo deberían de juzgarse por sus méritos intrínsecos, por encima
& más allá (incluso por debajo) de los confusos contextos de la realidad
que han rodeado el acto de escribir. Esta fue la nota dominante del New
Criticism, una “escuela” hoy desacreditada de crítica académico-elitista que
floreció en los años cincuenta y fue en gran medida responsable de la pérdida
del interés por todas las formas de “ficción” que se cultivaron a fines de los
sesenta, o al menos por otras las formas de “ficción” menos las que algunos han
divulgado como “nuevo periodismo”…. El panorama era desolador. O te “sumergías
en la realidad” y eras un cagatintas que reciclaba material para Time o
apechugabas con tus interesantes recuerdos privados y te lucías en el circuito
de las presentaciones de libros de ficción. Pero de un modo u otro estabas
jodido, sobre todo si tenías veinte años y tendías a tomarte en serio el mundo
real… La primera brecha que se abrió n este frente fue sin duda En la carretera de Jack Kerouac, una
larga e intrincada muestra de periodismo personal que la editorial (Viking)
llamó “ficción”, porque si decía que era “periodismo”, ningún Crítico Literario
se acercaría a ella. Ni siquiera los comentaristas de libros de Time y New York Times. Y si ellos pasaban por alto el libro, éste moriría
prematuramente.” (pag. 387-388)
Nada de esto suena ajena al contexto de las letras mexicanas actuales.
Thompson quedaría atrapado en el personaje que creo de sí mismo cuyo ego
monstruoso se enganchó de la escritura como una adicción sin más restricciones
que los propios límites.
El escritor gonzo y su droga de iniciación y madurez.
Casi como un
colofón a la correspondencia están las INSTRUCCIONES
PARA LEER PERIODISMO GONZO escritas en
1971 por el mismo Thompson. Saque el lector sus conclusiones sobre la manera de
abordar la obra de este forajido del periodismo:
~
Una aguja hipodérmica de unos 25 cm, con capacidad para un cuarto de litro (de
las utilizadas para las punciones lumbares & vacunar al ganado).
~ Llenarla de tequila o Wild
Turkey & chutarse todo el contenido directamente en el estómago, a través
del ombligo. Esto produce un pelotazo fantástico, aproximadamente como un
colocón de tres cuartos de hora con amilo, tiempo suficiente para leer toda la
crónica.
El Periodismo Gonzo –como la cuadrofonía-
existe a distintos niveles: más que haberse “escrito”, se ha ejecutado, es una
performance; en consecuencia, el resultado final, más que “leerse”, debe
vivirse.
Por lo demás, debería experimentarse en las
circunstancias que más se aproximen al ambiente de la performance original. Por
ese motivo, la redacción comunicará las “instrucciones de lectura” del autor a
todo el que quiera “experimentar” esta crónica en las “condiciones idóneas”. Las
ofrecemos sin comentarios & desde luego sin recomendaciones.
O sea, leer de corrido, a toda velocidad, de
principio a fin, en una habitación grande, llena de bafles, amplificadores
& cualquier otro aparato sonoro adecuado. También debería haber un buen
fuego en la habitación, si es posible en un hogar con la chimenea a mucha
altura y arda casi sin control.
(otra posibilidad: bañera con agua caliente
& vibrador)
Mente & cuerpo se someterán a los máximos
estímulos con ayuda de drogas &
música.
(Pag-397-398)
Thompson había
expresado su admiración por La naranja mecánica, la novela de sátira futurista
de Anthony Burgess, publicada en 1962. Ya como editor de “Asuntos Nacionales”
de la revista Rolling Stone, Thompson
pidió al escritor inglés una colaboración. De la siguiente carta podemos
inferir en que terminó la relación entre ambos:
Woody Creek, CO
17 de agosto de 1973
Estimado Sr. Burgess:
Herr Wenner me ha remitido la inútil carta que
envió usted desde Roma a la Sección de Asuntos Nacionales para que la lea y/o
responda.
Por
desgracia, no tenemos ninguna Sección de Gilipolleces Internacionales, porque
habría terminado ahí.
¿Qué clase
de patochada subnormal está tratando de endosarnos? Cuando Rolling Stone pide “un artículo de opinión”, joder, queremos un
puto Artículo de Opinión… y no se
salga ahora por la tangente con rollos anglopatateros sobre “una novela corta
de 50. 000 palabras sobre la condition
humaine, etc.”.
¿Se cree
que somos una tribu de lagartijas descerebradas? ¿De rufianes ricos? ¿De
sayones diletantes?
Es usted un
vago soplapollas. Quiero ese Artículo de Opinión en mi mesa antes del Día del
Trabajo. Y lo quiero listo para entregarlo a la imprenta. Se ha acabado la
época en que los mercachifles como usted podían salir airosos con apaños que
les enriquecían en el pasado.
Saque su despreciable culo de la piazza y vuelva
a la máquina de escribir. Aquí damos una patada a un árbol y nos caen docenas
como usted, Burgess, y le juro por la madre que lo parió que esto no vuelve a
repetirse.
Atentamente,
Hunter S. Thompson
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