jueves, junio 27, 2013

"Se solicita abducción" (extracto)



Es muy probable que la sección más leída de cualquier periódico de circulación nacional de México sea “El Aviso Oportuno”, y quizás, la que ayuda a que las ventas de ejemplares impresos se mantengan en niveles aceptables. Domingos y lunes (días en que se publican la mayor cantidad de anuncios clasificados) ponen en sus marcas a miles de desempleados que se dan así mismos un banderazo de salida de acuerdo a su fe en Dios o en Birján. Además de la abrumadora pero invariable oferta de trabajo, compradores, vendedores y ofertantes de toda clase servicios, queda espacio para lo insólito y lo extraordinario. Una pequeña grey de anormales e iluminados tiene en el Aviso Oportuno, eso precisamente, una oportunidad de salir a la luz y propagar, casi siempre a cambio de dinero, su saber y experiencias en la dimensión desconocida de la realidad mexicana.
Mi razonamiento cobró fuerza luego de varias semanas de darle vuelta al tema de una revista especializada en contracultura y repostería. Así de amplia era su propuesta editorial. Estaba en la oficina del editor preparando un número sobre “abducidos” por extraterrestres.
—No hay nadie en este país —afirmé convencido esa mañana de lunes— que no haya pasado horas, días, semanas o meses consultando esa especie de oráculo de lo improbable. Un anuncio clasificado podría ponernos en contacto con quienes han vivido experiencias con extraterrestres.
No se me ocurría mejor convocatoria para encontrar testimonios de esa modalidad de secuestro tan peculiar. Tampoco lo decía con convicción sincera. Durante años recurrí al Aviso Oportuno para buscar trabajo y jamás conseguí uno. Perdí tiempo, dinero y mi autoestima, no sé en qué orden, antes de aceptar que esa sección de los periódicos era la mejor novela por entregas que el mexicano promedio podía leer semanalmente, llena de suspenso, tristezas y cabos sueltos interminables sin temor a que lo acusen a uno de perder el tiempo. Por el contrario, nos da la oportunidad de prolongar la trama de por vida y darle vuelcos insospechados mientras esperamos ansiosos la siguiente tanda de anuncios como si fuera un episodio más del melodrama de nuestra vida.
—¿O no? —insistí, acercando mi vaso al editor para que lo llenara de más cerveza. —De seguro, con dos semanas que pongamos el anuncio, llegarán historias reales como para que la revista venda más ejemplares que el Óoooorale! Hasta dejarás de pedir fiado.
El editor aceptó mi propuesta con una actitud de a quien le da lo mismo una cosa que la otra. Me miraba como si yo fuera un marciano. Me comprometí a poner un anuncio en el periódico sensacionalista más leído de la ciudad, que además debido a su enorme tiraje, no cobra los clasificados con un máximo de quince palabras y  no ofrezcan servicios sexuales.
Ya entrada la noche, de regreso a casa a pie (vivo en Bucareli, muy cerca de la redacción de la revista en Álvaro Obregón), cavilaba sobre el tema. La penumbra de las calles desoladas hacía más notoria la presencia circunstancial de los conos de luz cobriza del alumbrado público. Aparecían en mi ruta habitual a esas horas como señales de naves espaciales que evitaban aterrizar en las avenidas circundantes, iluminadas como parque de diversiones con rascacielos y helipuertos donde seres de otro mundo juegan con nuestros destinos mientras le reprochan a la ciudad su batalla perdida contra la oscuridad. En algún momento me convencí que emborracharse con amigos es una ilusión de inmortalidad que nos lleva a la búsqueda de lo insólito. 

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