La
crónica policiaca, tan popular como el mambo
(Presentación del Cuaderno de Periodismo Gonzo I: Nadie es inocente!, periodismo policiaco retro)
Pocas narrativas exploran tan profundamente el siglo
XX mexicano como la crónica policiaca. Podríamos decir que la modernidad se
insertó en la historia del país a la par de la desmesurada cantidad y variedad
de sucesos violentos de impacto nacional y de psicópatas, muchos de ellos
ávidos de disputarle la fama a las estrellas de la farándula y del deporte. La
nuestra es la época de los asesinos, diría J. G. Ballard.
Sin embargo, antes de que la
cultura de masas generara el deslumbramiento de la publicidad y la cobertura
mediática, en México ya existía una deificación de la prensa escrita hacia
personajes desarraigados, casi siempre sin educación académica pero con una
extraña habilidad para manipular no sólo a sus víctimas, sino a los mismos
medios de comunicación. En Memorias de un
loco criminal, el caso de Goyo Cárdenas, Andrés Ríos Molina al referirse a
la década de 1940 como supuesta “época dorada”, se pregunta “¿Qué le hacía
falta a México para confirmar tan encumbrada posición? Algo macabro y
escandaloso que infundiera miedo, morbo y terror en la opinión pública. Es un
principio etnográfico: el civilizado sólo existe si tiene un salvaje con quien
compararse.”
Aventuremos una idea que
amerita un desarrollo posterior: la época de oro de la crónica policiaca de las
décadas de 1940 y 50 en México equivale al auge de literatura popular estadunidense
conocida como pulp fiction, que
abordaba géneros de ficción que aún ahora siguen siendo considerados por un
amplio núcleo de lectores y crítica especializados, como “menores” o
“subgéneros” (el western, el policiaco, la ciencia ficción, el melodrama de
arrabal lleno de drogas y sexo, y todo lo que se relaciona con lo “fantástico”).
De ahí que a la par de este fenómeno editorial de masas en Estados Unidos, en
México la crónica policiaca (género periodístico proscrito hasta hoy, pese a
que de ser parte de una sección culposa, en nuestros días es la pulpa de la
información de todos los medios informativos) haya tomado un lugar equivalente
en el gusto popular con miles de lectores e numerosas publicaciones, muchas de
ellas especializadas en el crimen, el sexo y el escándalo. Esto mismo propició
la proliferación de periodismo chatarra, pero también de piezas narrativas de
muy alto nivel escritas por espléndidos reporteros y escritores que ejercieron
la crónica y el reportaje como géneros literarios. Durante varias décadas la
mayoría de las publicaciones impresas dieron seguimiento a los crímenes más
escandalosos con extensas crónicas y reportajes que en cierto modo cumplían las
funciones de la novela de folletín, publicados por entregas semanales o
diarias. A nivel de entretenimiento masivo, la crónica policiaca tuvo el mismo
nivel de aceptación y popularidad que bailar danzón o mambo. El sello
melodramático que se imprime en las narraciones y estética de las publicaciones
especializadas o no en el crimen, identifica al periodismo policiaco mexicano
como único en su género. Dice Carlos Monsiváis: “Antes y
ahora, la violencia le fija periódicamente sus límites a la ciudad resguardada,
y le da perfiles de aventura a las precauciones, entre ellas el gusto por la
nota roja, material de sobremesa y comprobación gozosa de que el lector o el
comentarista siguen vivos, libres y más o menos intactos. Como sea, en la nota
roja se escribe, involuntaria y voluntariosamente, una de las grandes novelas
mexicanas, de la cual cada quien guarda los recuerdos fragmentarios que
esencializan su idea del crimen, la corrupción y la mala suerte.” (Fuegos de
nota roja, Nexos, agosto de 1992).
México tiene en alto aprecio
la criminalidad y lo que de ella brota como enfermedad venérea. No podr íamos mirar al pasado sin
antes sumergirnos en el abismo cotidiano de la barbarie, crueldad, impunidad,
tragedias, encarcelamientos, motines en presidios y homicidios dolosos.
A decir de Vicente Leñero en
su prólogo a El Libro Rojo, continuación editado por el Fondo de Cultura Económica
en 2008, el crimen contiene una fascinante, inevitable, poderosa belleza, que
en el caso de México, diría yo, resalta
los atractivos de la siniestra señora que llamamos identidad nacional. El
crimen como inmersión profunda en la oscura intimidad de una época.
El mundo del delito y los
bajos fondos forman parte de un sombrío universo paralelo al que casi nadie
puede sentirse a salvo de su poderosa fuerza de atracción. Sólo el talento del
escritor dotado hace posible ir más allá de lo aparente para mostrarnos esa
extraña fascinación que hace del crimen, por lo menos en la esfera del periodismo
narrativo, “una de las bellas artes” (De Quincey). La mejor crónica policiaca
se distingue por la espectacularidad del crimen que lo convierte en leyenda, la
intensidad dramática en el relato, es decir, un código estilístico prolongado
en las sucesivas entregas, de tal modo que permite construir una historia tal y
como si fuera una novela de folletín, género muy popular en México desde
finales del siglo XIX.
¡Nadie es Inocente! es un registro y un recuento, si bien incompletos, que
proponen una reflexión sobre la manera en que se ha ido entrelazando a lo largo
de la historia reciente de México la gran literatura desde la realidad y la
figura del criminal y del crimen como elementos recurrentes en la construcción
de los miedos colectivos.
¡Nadie es inocente! es también una mirada a una pequeña parte del
periodismo policiaco con alto valor literario e histórico. Nos permite
asomarnos desde la crudeza del delito y la crueldad humana a la capacidad
creadora de algunos de los mejores escritores y periodistas que ha dado este
país: David García Salinas, Elena Garro, José Revueltas, Luis Spota, Eduardo
“El Güero” Téllez, José Ramón Garmabella, Jos y Enrique Metinides (desde la
fotografía, quizá el mejor cronista que ha tenido la ciudad de México en el
último medio siglo). De su inmersión de todos ellos al infierno mexicano,
experiencia amarga que en el caso de Revueltas (a quien esta publicación hace
un modesto reconocimiento en el centenario de su natalicio) fuera decisiva en
el perfil que tomaría su trayectoria como escritor, trascienden al tiempo
espléndidas historias con valor de la mejor literatura. Completan este volumen
dos magníficas y bien documentadas crónicas escritas a partir de una minuciosa
investigación hemerográfica. Sus jóvenes autores, José Ramón Ortiz y Carlos
Manuel Cruz Meza, en nada desmerecen a los maestros que acompañan en esta
edición. Ricardo Ham por su parte, nos ofrece un breve recuento del documental
policiaco mexicano. Completan este número Eduardo Antonio Parra, Bibiana
Camacho, Alejandro Toledo, Iván Farías y Andrés Muñoz Molina con sus perfiles
sobre Revueltas, Garro, Garmabella, Spota y Goyo Cárdenas respectivamente.
Hay de aquellos que nunca han
leído un buen reportaje policiaco, hay de aquellos que insisten en menospreciar
a una de las narrativas más espectaculares y mexicanas. No hay excusas para no
disfrutar de estas grandes historias policiacas reales, aquí ¡nadie es
inocente!
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