miércoles, julio 15, 2009

El impacto de la delincuencia en la modernidad de la ciudad de México

Una manera de comprender en mayor profundidad la convulsionada realidad actual de México, es aproximándonos a la transmisión de los símbolos más perturbadores. La nota roja periodística es uno de ellos, por su trascendencia como testimonio de un proyecto de nación fallido desde su génesis. La prensa mexicana que iniciaba su modernidad técnica a principios del siglo XX, se desarrolló en un contexto político de dictadura. El capitalismo naciente, cobijado por el porfiriato, favoreció la explotación de la mano de obra y justificó la construcción de un amplio aparato represivo: un ejército disciplinado y profesional y nuevos cuerpos policiacos para la vigilancia, organización y mayor control de los espacios públicos. Todo esto propició una violencia social muy peculiar a través de reglamentarismos y puniciones severas contra el pueblo, que resistió trasgrediendo la ley de diversas maneras, muchas veces radicales, violentas e ingeniosas que subsisten adaptándose a los tiempos.

Hoy en día el crimen y el escándalo tienen un papel decisivo como plusvalía en la industria de la información y el entretenimiento globalizados que, en México, determinan en buena medida nuestra voluble conciencia de lo que somos.

Las fotografías de El Impacto de la Modernidad de Jesse Lerner (Turner-Conaculta-INAH, 2007), extraídas del Archivo Casasola y de publicaciones policiacas, muestran seres y ambientes sin memoria ni abolengo, hijos de la fatalidad y de las estadísticas; extraviados en el limbo del tiempo, que recobran su alma y presencia entre los vivos, a través de fotografías que datan de mediados del siglo XIX como registros fenotípicos y antropométricos de delincuentes y pobres tal y como lo dictaba el darwinismo social, y a finales del mismo siglo, la naciente escuela criminológica positivista creada por Cesare Lombroso. Durante las primeras décadas del siglo XX, la fotografía criminal se ocupó de las dramatizaciones de testigos y detenidos y pocas veces  del registro directo de la tragedia del momento. Las explicaciones y estigmatizaciones a las conductas desviadas de la plebe, corrieron por cuenta de sociólogos y abogados como Julio Guerrero, que en La Génesis del crimen en México: Estudio de psiquiatría social, publicado en 1901, afirma que la delincuencia se encubaba “entre aquellos derrotados por la vida”.  Hubo que concluir el conflicto armado de la Revolución y con éste la consolidación del periodismo como el “quinto poder”, para que el fotógrafo de crímenes adquiriera identidad propia en la incipiente y vergonzante (pero cada vez más redituable) nota roja de los periódicos y revistas especializadas.

Cadáver con pistola Como si hubiera de fondo un melancólico conjunto de cuerdas ejecutando una marcha fúnebre, las imágenes brutales y fascinantes de El Impacto de la modernidad, al igual que los ensayos que las contextualizan, invitan a una profunda reflexión sobre la trascendencia de la memoria iconográfica en nuestra relación con el aquí y el ahora, más allá de la finalidad ideológica original, lombrosiana, de las fotografías.

La tragedia cotidiana recuperada en su grandiosidad inagotable como elemento transgresor, deja de ser parte del inventario judicial y herramienta del control social. El Impacto de la Modernidad disecciona la construcción de nuestra identidad a través de los estereotipos raciales como objeto de repugnancia, vergüenza, y compasión. Es preciso hurgar en el cometido original de las fotografías, para entender los usos e interpretaciones del cuerpo en la génesis de la criminología mexicana y su relación con el periodismo sensacionalista.

La obra de Lerner se inserta de manera afortunada dentro de una rara estirpe de publicaciones documentales, más o menos recientes en México, que exploran la fotografía judicial con el rigor y mirada de las vanguardias artísticas. El caos y el pavor que sombrean la historia de los bajos fondos mexicanos pueden apreciarse en Yerba, goma y polvo de Ricardo Pérez Monfort (Era-Conaculta-INAH, 1999), y en El Teatro de los Hechos de Enrique Metinides (Gobierno del Distrito Federal, 2000), quien ha llevado a niveles de excelsitud esta clase de testimonio judicial gráfico que bien podría llamarse “arte lombrosiano”.

El carácter evidente de las costumbres, el hecho de que el cuerpo se presente como entidad obvia –pura realidad- resultado de un largo y complejo proceso de identificación incuestionable, otorga una diferencia natural entre los sexos y los procesos de exclusión a que dan lugar; a las distinciones entre niños, jóvenes y ancianos, lo mismo que hace innecesario aclarar las diferencias entre grupos étnicos y raciales, rurales y citadinos, pobres y ricos, feos y bellos. A decir de Lerner “La fotografía criminalística del Archivo Casasola, que circulaba ampliamente en periódicos y revistas especializadas en la materia, tuvo un papel decisivo  en la creación y definición de la angustia con la que México entraba en el mundo moderno”.

La nota roja es un anfiteatro donde vemos al cuerpo supliciado, torturado, desmembrado y subordinado a minuciosos dispositivos y disciplinas que lo cercan, lo marcan, le imponen signos, usos y funciones; se ve sometido a una sociedad disciplinaria que emplea técnicas, procedimientos y discursos para formar (y deformar) individuos e identidades. En esta extensa red de relaciones cuerpo-individuo, espíritu y materia son actores principales, cuyo único papel es padecer o ejercer poder.

En la escena que presencian los mirones y los peritos, está el cuerpo concreto, real, el que cobra soberanía a través del delito y la contundencia de un acto sin palabras. Es la cristalización o lo diezmado de éstas, por más que la narración policiaca de no ficción otorgue al suceso una fuerza expresiva teñida de humorismo involuntario y adjetivaciones espectaculares que brindan un contexto narcisista al crimen, pero sobre todo a la víctima y al criminal. Es posible que la víctima objetive la instancia de la ley, pero como castigo al otro. Es posible que su presencia objetive su identificación con la ley, con la ley implacable que castiga al otro por sus faltas y pecados, incluso con saña. El cuerpo del criminal aloja en sus acciones, en su delito, la presencia cruel del superyo endiosado. El cuerpo como delito también hospeda la culpa que se castiga decididamente (o por lo menos idealmente) en el otro. La impunidad y la “justicia” aparecen como metarelato subyacente en la investigación histórica.

torre de guardia en Lecumberri Tal y como lo expone El Impacto de la Modernidad, en la fotografía criminal no existe un diálogo entre la lente y su objeto, aquélla sentencia sin apelación. En su cercanía, la imagen señala al objeto que enfrenta el escrutinio y jamás verá el resultado. El trípode de la cámara del registro policial, es también frío legista de muertes condenadas al anonimato casi siempre, pero que trascienden el tiempo a través de interrogantes: ¿Quién era el muerto?, ¿Por qué murió?, ¿De qué vivía?, ¿Vivía donde lo mataron o sólo fue a encontrarse con su destino? La lente, muchas veces por arriba de su objeto y encubierta por la explosión del magnesio, otorga al efecto condenatorio, el aura reservada a las divinidades.

Hasta hoy la fotografía judicial reproduce el modelo darwiniano de la evolución de la especie y la teoría derivada de ésta, propuesta por Cesare Lombroso (seguidor del naturalista inglés, pero sobre todo del sobrino de éste, Sir Francis Galton con sus teorías de la eugenesia) sobre el criminal nato; estigmas que en nuestros días resultan mascaradas de lo obvio: pueblos completos victimizados. Confinada a lo más denigrado y denigrante del periodismo impreso, la fotografía criminal registra la adrenalina inmovilizada, el crimen y su castigo antes que todo moral: ya que éste pasa por un largo y muchas veces interminable proceso -en el sentido kafkiano- de ventilación que hace del delincuente y del aparato judicial una metáfora de la atemporalidad.

Las imágenes de El Impacto de la Modernidad prefiguran sin proponérselo un estilo y el agudo sentido de tragicomedia que en las décadas siguientes con toda intención, fotógrafos como el ya mencionado Metinides elevarían al rango de epopeya. El crimen y la muerte nunca pierden su mórbida fascinación con el paso del tiempo.

Al revestir la tragedia de un halo religioso, aceptamos la omnisciencia del Mal en el doble castigo –exclusión y escrutinio público- a los trasgresores de los preceptos divinos. Las fotografías, en su papel de obituario y purgatorio, adquieren interpretaciones extraordinarias por sus detalles útiles a la ética policial que antepone el orden a la vida. El fotógrafo y su cámara funcionan como ministerio público de una mayoría silenciosa, condenada a servir como “ejemplo” a la vez que constata la eficacia de las fuerzas del orden. Con la fotografía, el sujeto es aprehendido como parte de la infalibilidad de la ley y del axioma: “el crimen no paga” (aunque los hechos demuestren que sí, y que muchas veces vale la pena correr el riesgo).

La vulnerabilidad del delincuente y de la víctima, convertidos en modelo, realza el impacto atemporal del melodrama sangriento en un solitario y elocuente testimonio en blanco y negro.

 

El impacto de la Modernidad, fotografía criminalística en la ciudad de México. Jesse Lerner, Turner, CONACULTA, INAH. 2007.

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